Iba a llamarse Indiana Smith y lo tenía que protagonizar Tom Selleck.
La leyenda se ha encargado de contar que allá por mayo de 1977 George Lucas y su entonces esposa Marcia habían viajado a Hawaii, a la espera de lo que se temían fuera acabar siendo un tremendo fracaso comercial y que, como es sabido, se convertiría en una película histórica. Allí, mientras se decidía la gloria o el ridículo de La Guerra de las Galaxias, George Lucas comentó a su amigo Steven Spielberg su otro proyecto, el de hacer una película de aventuras al estilo de los añejos seriales de los años treinta y sus matinés sabatinas, las andanzas de un arqueólogo aventurero incapaz de despeinarse e impecablemente vestido de frac. A su vez, Spielberg le comentó su sueño de hacer una película en la línea de James Bond, pero sin todo el envoltorio tecnológico, sin el deus ex machina de los gadjets. La fortuna empezaba a sonreírles a ambos, y aunque tardarían tres años en ver cumplido ese proyecto, lo que luego sería Indiana Jones acababa de ponerse en marcha.
La única manera de derrotar al sistema es devorándolo. El éxito de Star Wars y su continuación, la fama de niño prodigio revolucionario de Spielberg tras sus tiburones y alienígenas de cabeza blanca les permitieron a ambos hacer la película que se les antojaba. Dólares e ilusión no les faltaban. A partir de aquella sinopsis y de un argumento del propio Lucas y de Philip Kaufman, un joven escritor llamado Lawrence Kasdan se puso manos a la obra.
Las cinco revisiones que el script fue experimentando acabaron por alterar el apellido del nuevo héroe, para hacerlo más sonoro y menos vulgar, de ahí Indiana Jones y no Smith (1). También quedó descartado el look pulcro estilo Mandrake el mago que Lucas había ideado originalmente para el personaje por otro más lógico y sucio, en sintonía con el aspecto aventurero de los héroes cinematográficos a los que pretendían revivir. A este respecto, recordar que aunque la crítica oficialista comenta siempre el parecido del aspecto físico de Indiana Jones con el que muestra Charlton Heston en El secreto de los incas (1953), no es menos cierto que también Gary Cooper en Por quien doblan las campanas viste de manera similar, y hasta Steve Canyon en los comics de Milton Caniff, sin olvidarnos a Cary Grant en esa obra maestra a recuperar llamada Sólo los ángeles tienen alas (2). Los pantalones caki, la cazadora gastada, el sombrero torcido parecen haber sido el atuendo característico del prototipo del aventurero americano anterior a la Segunda Guerra Mundial, al menos en los medios(3).
Antes de que Jim Cameron parafraseara al inmenso James Cagney y gritara como un poseso en la ceremonia de los Oscars aquello de ""La cima del mundo", Spielberg y Lucas habían jugado ya a querer ser tycoons cinematográficos. La propia experiencia retro de la película que iban a contar los llevó a fantasear con la idea de mostrar un rostro desconocido para su arqueólogo, de descubrir para el cine a un albañil de Beverly Hills... sólo que en Beverly Hills, ay, no hay albañiles. Durante mucho tiempo, Tom Selleck pareció ser el actor elegido para el proyecto. Una pirueta de la fortuna, y Selleck decidió apostar por lo seguro y embarcarse en la serie televisiva Magnum P.D., para así pasear por las playas de Hawaii sus dos metros de bigote y músculos en una cara de palo (4). Vuelta a la casilla de salida, a pocas semanas del comienzo del rodaje, los dos aprendices de genio se encontraban sin rostro para su arqueólogo aventurero.
Otra vez la leyenda deja claro cómo se toparon con el hombre elegido. Después de visionar El Imperio Contraataca, Steven Spielberg telefonea a George Lucas, y le comenta lo que ya es, para los mitómanos, frase histórica: "Sé quién es Indiana Jones. Lo hemos tenido delante de nuestras narices todo el tiempo". Y sin darle oportunidad de continuar, Lucas contesta: "Lo sé. Es Harrison Ford".
La película se llamaría finalmente Raiders of the Lost Ark (1981), título de acertada terminología equívoca que en España sería simplificado a En busca del Arca Perdida, tiñendo de matices proustianos lo que, en el inglés original, es casi una declaración de principios, pues Indiana Jones y sus amigos y enemigos parten de la gloriosa tradición del anti-héroe. Todos son unos "saqueadores" (que eso, y no otra cosa, significa la palabra) quienes, en una carrera cruel y despiadada, luchan entre sí por apoderarse del MacGuffin más mítico y divertido de la historia del cine después del Halcón Maltés de John Houston: el Arca de la Alianza que el favoritista Yahvé labrara con el pueblo judío. También a Houston podría deberse el aspecto envilecido, duro y turbio tanto del protagonista Jones como de su némesis, el francés René Belloq, sublimemente interpretado por uno de esos actores ingleses especialistas en camuflar acentos, Paul Freeman. Al menos, la sensación de amoralidad que desprenden todos ellos, junto a la chica (Marion Ravenwood, interpretada por Karen Allen) o los guías (Satipo, interpretado por Alfred Molina antes de entrar en el circuito del cine de cualité), o los comparsas (Sallah, incomensurable John Rhys-Davies), remiten a El tesoro de Sierra Madre y a la estética sudada del Hollywood de los años treinta.
Se la definió como una película de cosas que sólo pasan en las películas, y en efecto puede ser interpretada como una veloz sucesión de clichés y situaciones límite, el cliffhanger que corre de un segundo a otro sin necesidad de esperar una semana para una nueva entrega. El guión de Lawrence Kasdan (escrito antes de su otro gran trabajo para Lucas, el borrador definitivo de El Imperio Contraataca, y poco antes de lanzarse a su dispar carrera como director) enriquece con una magia y una sabiduría de sombrero la tenue hilazón argumentística que, sin duda, podría achacársele a la historia que se cuenta. Una vez más, como ya hiciera con Star Wars, la factoría Lucas es capaz de darle la vuelta a los tópicos, presentando como nuevo y fresco lo que ya se había agotado por cansancio propio en otras manos menos expertas.
En busca del Arca Perdida es, pues, cine puro y duro, sin pretensiones. El tren eléctrico más caro del mundo. Pero también es un tebeo en movimiento, y el sentido de la elipsis narrativa, los movimientos de cámara, el mismo look operístico o esperpéntico de algunos personajes, remiten a maestros como Frank Robbins y su Johnny Hazard (la casualidad y la pirueta como hilos conductores, los recursos del personaje, las futuras femme fatales, los villanos wagnerianos o los retorcidos oponentes asiáticos parecen sacados de las viñetas de esa tira), mientras que el reverso dolorido del héroe que tan bien sabe comunicar Harrison Ford y sus desvanecimientos finales en manos de la dura heroína parecen deberse a The Spirit, de Will Eisner.
Estrenada en 1981, y rebañando las buenas críticas y la madurez que habían despuntado en El Imperio Contraataca, la película muestra un mundo de hombres duros y mujeres alcoholizadas, un mundo de servicios secretos mentirosos y villanos bigger than life entregados a la causa del nazismo como encarnación absoluta de la maldad más desquiciada. Como si se hubieran cansado de jugar a ser niños grandes, Lucas y Spielberg se empeñaron en presentar aquí a un héroe amoral, sudoroso, malhablado, bebedor y sarcástico que no duda en matar a sangre fría a un árabe armado con un temible espadón(5), en hacer pasar por el mismo mal trago al nazi que unos minutos antes ha estado a punto de arrollarlo con su camión, en contratar un barco de esclavos para su huida (6) o robar, sobre todo robar, cualquier tesoro arqueológico que se le ponga a tiro. Eran tiempos donde lo políticamente correcto no había barrido como una plaga entre la hipocresía de Hollywood.
El rodaje está lleno de jugosas anécdotas que han pasado a la historia de los devoradores de mitos. El submarino nazi, por ejemplo, es el mismo que luego utilizaría Wolfgang Petersen en su película. Las tarántulas que acosan a Jones y Satipo al principio de la película eran verdaderas (7), lo mismo que la ingente cantidad de serpientes de la pirámide (8): una ambulancia esperaba continuamente en la puerta del plató de rodaje... y más tarde descubrirían que el antídoto contra la mordedura de serpiente estaba caducado. Los burros que acompañan a la expedición al principio, en la escena rodada en Hawaii, no son los mismos que luego aparecen en los planos complementarios rodados en Londres: eran de distinto color, por lo que hubo que proceder a pintarlos. Las extrañas contorsiones de la rata a bordo del Bantu Wind, cuando la caja que contine el Arca empieza a arder y quema el símbolo nazi, se deben al curioso detalle de que el roedor era sordo y tenía problemas de equilibrio.
Sin duda que Lucas y Spielberg estaban jugando a ser adultos, sin importales demasiado la carga amoral del héroe que proponían(9), conato de doble personalidad clarkentiana incluída, o la violencia exacerbada de algunas escenas (10). El tema de los antagonistas, después repetido hasta la saciedad (y pobremente) en cualquier adaptación al cine de los héroes del comic (Batman y el Joker, por ejemplo), aparece aquí magníficamente esbozado en la conversación con Belloq, quien no duda en tentar al arqueólogo americano y afirma ser "un reflejo oscuro de ti mismo", en conversación que llega a recordar al intento de seducción de Vader hacia Skywalker en la escena cúlmen de El Imperio Contraataca. Belloq se revela como un sibarita que antepone el fin a los medios, igual que el propio Indy hasta que lo asaltan los problemas de conciencia (o comprende que su bluff con el bazooka (11) ha sido descubierto). Inmaculadamente vestido de blanco, casi incapaz de despeinarse tanto en las junglas sudamericanas como en medio del sol del desierto, Belloq procede de una familia francesa adinerada, no le puede el alcohol, y a pesar de su galantería para con Marion no dudará en espiarla reflejada en un espejo cuando ésta se cambia de ropa, guiño cinéfilo que Spielberg copia de La reina Kelly.
Un gran acierto de la película es el de dar por supuesto el pasado de los personajes. Al contrario que las películas de aventuras del Hollywood clásico, donde la historia de amor suele torpedear el argumento y además lo tiñe de un cursilismo que espanta (y si añadimos el doblaje de la época los dientes nos llegan al suelo), la relación amorosa entre Indy y Marion remite al pasado y se resuelve con un par de frases: "Abner está muerto", "Era una niña, estaba enamorada". Aunque de presencia física poco imponente, Karen Allen sí sabe transmitir la dureza del personaje hawksiano, aunque evidentemente tenga problemas en alguna que otra escena (12) y, a la postre, tenga que ser rescatada por el héroe.
En su momento, Spielberg comentó que había dejado a un lado el estilismo para concentrarse en narrar la historia. Mentira cochina. Los movimientos de cámara, el montaje, las alusiones al cine expresionista alemán en la batalla de luces y sombras en el antro que Marion tiene en Nepal, el rico juego de planos y contraplanos en la huida del templo maya (13), o la magnífica presentación del personaje, a quien vemos de espaldas durante los tres o cuatro primeros minutos de la película y quien, sólo después de desarmar de un latigazo a Barranca, se descubre como Harrison Ford, desmienten esa idea. Además, no faltan alusiones a la iluminación o la estética de Lawrence de Arabia (el atuendo árabe de Jones cuando, en la sala de mapas, descubre el emplazamiento auténtico del Arca, remite a Peter ÓToole) (14), y el veloz montaje-acercamiento cuando Indy roba el caballo y persigue al convoy nazi parafrasea, una vez más, a Los siete samurais de Kurosawa. La cinefilia (¿cinefagia?) de los creadores llega al extremo de repetir, casi plano por plano, la escena de las ánimas bailando al son de "Una noche en el monte pelado" de Fantasia de Walt Disney: Compruébese con los espíritus que salen del Arca una vez destapada, incluyendo el espectro que se convierte en mortífera calavera ante los ojos del espectador.
Al igual que los anteriores trabajos de ambos cineastas, la banda sonora correría a cargo de John Williams. Quizá la fanfarria que sirve de leitmotif al personaje sea un poco estridente y machacona, pues el listón de Star Wars o la "Marcha Imperial" de The Empire Strikes Back estaba muy alto, pero el resto de los temas se cuentan entre los más hermosos jamás escritos por su autor. Temas como el amanecer en la Sala de Mapas, el Pozo de Ánimas, la persecución en el desierto o el milagro del arca se cuentan entre lo mejor de su siempre sobresaliente producción.
La película venció y convenció a público y crítica por igual, inaugurando una moda revisionista hacia los comics y las películas de los años treinta (15), y aupando al cine B a los presupuestos de las grandes películas de Hollywood. Si hubo un gran triunfador, ese fue Harrison Ford, quien inició con este film el ascenso al estrellato que no había conseguido con la saga galáctica ni con su lacónica interpretación de Rick Deckard en Blade Runner, donde se dejó devorar por las tablas de Rutger Hauer en la escena final. Ford compone un personaje que debe mucho a su Han Solo, pero aquí lo vemos más maduro, más baqueteado (16) por el tiempo, con un cinismo que es menos pose que el del contrabandista espacial. Actor de registro limitado, Ford transmite como nadie el sufrimiento y el dolor físico, sin llegar a los extremos masoquistas de, por ejemplo, Kirk Douglas. Su trabajo en esta película fue comparado en su momento con los héroes clásicos del Hollywood de la pre-guerra: Clark Gable, Humphrey Bogart, Cary Grant. Su Indy no es un héroe monolítico (como podría haberlo sido de haberlo encarnado Selleck), sino un pícaro afortunado capaz de salir más o menos bien parado de todas las peripecias en las que se ve envuelto, pues la tenacidad es su mayor virtud, de ahí que incluso la escena-guiño de la película, lo que algunos críticos y público consideran el mayor fallo de la historia (17), cómo demonios sube a bordo del submarino (18), supongan el mejor ejemplo de elipsis narrativa y de definición del personaje que uno recuerda (19): a esas alturas de la película, el espectador sabe que Jones será capaz de cualquier cosa.
En busca del Arca Perdida amontona situaciones en un más difícil todavía continuado. La calma de la jungla sudamericana se rompe con los pájaros que escapan de la boca del ídolo maya, Barranca y Satipo se rebelan, cada uno a su tiempo, contra el arqueólogo blanco. El templo se viene abajo y una lluvia de flechas es sólo el prólogo para un pozo de estacas, la enorme bola de piedra que se convierte en el icono cinematográfico de la película (20). Apenas un segundo para respirar, y Belloq y los hovitos se quedan con el ídolo dorado (y Belloq ríe hacia la cámara en una pose que es puro tebeo, el Doctor Muerte o Máximus el Loco que por fin consigue su objetivo), y en seguida Jones corre a campo través, perseguido por cerbatanas que, oh, milagro, jamás dan en el blanco, y sube como puede a un avión que despega a duras penas (21), y cuando todo parece ir bien, una serpiente entre sus piernas indica que el peligro no ha pasado... o es que quizás, pese a todo, Indiana Jones sea un miedoso con fobia a los ofidios.
El resto de la película, tras esta entradilla que bebe sin duda en James Bond, no desmerece de ese vertiginoso carrusel de contraplanos y puñetazos, de apuros y desapuros, de tensión y de humor. Pero Lucas y Spielberg tenían la sorpresa reservada en la manga, y la historia pasa sin transición de ser "una de aventuras" a convertirse de pronto y a traición en un film fantástico, pues la apertura del Arca y los ángeles vengadores que de ésta surgen dan un vuelco total y absoluto al argumento. Hasta el momento, Indiana Jones se había enfrentado a enemigos duros de roer, evitando envenenamientos, traiciones simias, escapando siempre por los pelos de disparos y cuchillas, de serpientes y puñetazos nazis, de ruedas de camiones, precicipios y hélices. De pronto, en los minutos finales de la película, entra Dios como coprotagonista, insertando al personaje en el cine fantástico, rompiendo los géneros y dando por sentado que hay otros mundos que están aquí mismo.
En la prodigiosa escena de cierre, Lucas y Spielberg remiten de nuevo a su cinefilia. El Arca, en poder del gobierno americano, es almacenada, en una toma que ha querido verse como alusión a la búsqueda de "Rosebud" del Ciudadano Kane de Orson Welles, y que además abunda en la ligera rebeldía made-in-Hollywood de los dos autores: Si Indy, Belloq, Sallah y los nazis son unos saqueadores, también lo es el gobierno de "los buenos", a quien importa un pimiento investigación, vidas en juego o aplicaciones futuras del artefacto mágico. Lo mismo Chris Carter sacó de ese plano último alguna de las ideas (¿la idea?) con que luego sazonaría su hijo bastardo de El silencio de los Corderos, los interminables Archivos-X, en una época en la que sólo hacía surf y no televisión. No me hagan mucho caso.
Tres años más tarde, Indiana Jones ya era el principal icono cultural de los ochenta, y la nueva entrega de sus aventuras cinematográficas auparía su nombre al del título de la película: Indiana Jones and the Temple of Doom (1984), fugazmente anunciada en nuestro país como "Indiana Jones y el templo de la muerte", aunque sería estrenada con la menos ominosa nomenclatura de Indiana Jones y el templo maldito, como es sabido. Habían pasado tres años y el capricho de Lucas y Spielberg tenía que demostrar que todo aquel ejercicio revisionista y revitalizador hacia la vieja serie B no había sido en vano, que Indy y sus piruetas tebeísticas no eran flor de un día.
La gran baza de Raiders era la sorpresa, el descubrir o redescubrir todo un mundo de combinaciones y situaciones al límite que bien podían interpretarse en clave nostálgica o, para el público mayoritario, ser el anuncio de algo completamente nuevo. Con Temple of Doom había que dar un nuevo giro a la tuerca, explorar al personaje en otras direcciones y, en ningún momento, bajar la guardia. Puede decirse que, con algún que otro tropezón, lo consiguieron plenamente. No hicieron la mejor película de la trilogía, pero en ocasiones la caracterización del personaje y, sobre todo, el tono oscuro y casi gore de algunas escenas proponen un acercamiento más adulto y apasionado al mito Indiana Jones.
Situada un año antes que la anterior entrega, Indiana Jones y el templo maldito ha sido definida como "una aventura en el camino". En efecto, no hay aquí una misión de búsqueda como en Raiders, ni la responsabilidad o el encargo de localizar padres perdidos o tesoros místicos de la siguiente trama, sino un tropezón continuo que llega a otro, hasta culminar en la frase "aún queda mucho camino hasta Delhi". Así, tras un jamesbondiano (22) prólogo en Shangai (en un night club jugosamente llamado Obi Wan donde se canta, en cantonés, una vieja canción de Cole Porter que indica en su título lo que nos espera: Anything goes: todo vale), Indy y sus dos nuevos compañeros escapan a duras penas de un intento de asesinato y aterrizan en un poblado indio. Allí, se les propone el rescate de una de las piedras Shankara propiedad del pueblo, y a esa misión casual, a la búsqueda de "fortuna y gloria" se debe el acatamiento del arqueólogo a la aventura que se abre.
Esta vez el guión es obra de Willard Huyck y Gloria Katz, quienes propugnan a un acercamiento sombrío al personaje y la situación en la que éste se ve inmerso, y a la vez potencian los elementos cómicos y los chistes privados (23). El deseo de recrear los tópicos no empleados en la anterior película de la serie (y, desde luego, quedaban muchos) lleva esta vez a la doble osadía de incluir un sidekick algo molesto, el niño oriental Short Round ("Tapón" en la versión española), y la cantante de cabaret Willie Scott, una impresionante belleza rubia que acabaría por convertirse en esposa de Steven Spielberg.
Si Karen Allen interpretaba a Marion Ravenwood con un convencimiento casi masculino, tratando a los hombres de igual a igual, Kate Capshaw presenta a un personaje egoísta, miedoso y frágil, francamente divertido y, sobre todo, muy sexy. Las feministas pusieron el grito en el cielo ante este retrato sarcástico de la mujer en los años treinta, como si no fuera posible que existieran individuos así, no importa cuál sea su sexo. En la enorme broma consentida que es toda obra de ficción, el personaje de Willie Scott se muestra como una mujer coherente con su trabajo ("soy una cantante, no puedo perder mi voz"), que siente el mismo afán por la fortuna y la gloria que el propio Jones. De ser la "muñeca" de un gangster japonés en el Shangai ocupado, Willie crecerá a lo largo de la película, igual que lo hará el propio Indy. Pero, y ahí cierran los ojos las feministas, Willie no tendrá reparos en gritar, dar saltos, asustarse o sentir repulsión cada vez que haga falta. No porque sea mujer, sino porque es el único personaje normal en toda la historia, ¿o acaso ustedes no gritarían si les pusieran una serpiente al cuello, tuvieran que comer anguilas vivas o sorbetes de sesos de mono, un elefante los tirara a una charca, un tipo calvo tatuado intentara arrancarles el corazón, una docena de cocodrilos esperara al fondo de un abismo para convertirlos en su merienda o una tromba de agua pudiera hacer trizas lo que quedara tras un viaje desquiciado por una montaña rusa subterránea? La corrección política que ya empezaba a dar el coñazo en el mundo olvidó precisamente eso, que Indy y los personajes que con él se relacionan son inmorales y no se andan con guantes de seda.
El papel de gracioso oficial de la historia, que Sallah no había llegado a cubrir en Raiders (24), pasa aquí al pequeño Shortie, interpretado con desparpajo callejero por Ke Huy Quan, un "niño de las balsas" vietnamita que después intervendría en otras películas producidas por Spielberg como Los Goonies. El difícil pasado de Tapón se esboza en un par de líneas, y su vida como superviviente en Shangai queda descrita en las calzas que utiliza para manejar el taxi del principio del film o su divertida manera de hacer trampas a las cartas. Más molestos, sin embargo, son los golpes de kung fu a los que recurre en las escenas finales de la película, una concesión a la galería que, como muchos otros detalles de la cinta, acaban por parecer demasiado increíbles (25).
La película fue rodada en Sri Lanka, dado que el gobierno indio empezó a poner restricciones que afectaban a la viabilidad del producto, pues la historia de los cultos thug y el motín al que se hace alguna referencia no parecen haber cicatrizado todavía. Del prólogo en Shangai a la llegada al templo de Pankot, la película se encarga de demostrar que Indiana Jones no es un héroe al uso, sino un sinvergüenza amoral y sin escrúpulos a la búsqueda de un tesoro y no de un rescate. Tras la divertida y escatológica cena en palacio, el fallido intento de apareamiento entre Indy y Willie, la caminata a oscuras por pasadizos llenos de bichos ("parece pan tostado", dice el inocente Shortie cuando los pisa; "fortune cookies" en su inglés de andar por casa), llegamos a la impresionante escena del sacrificio humano, donde la película vira por completo, para sumergir al "héroe" en un descenso a los infiernos del que sólo será purificado por el fuego. Esta escena, por cierto, es un clarísimo homenaje a Gunga Din, aunque Indy no será tan alocado como Cary Grant y esperará a que el ritual pase antes de bajar a la mesa de los sacrificios (26).
Es en ese momento donde Harrison Ford describe a la perfección al personaje. Su primera intención es la de robar las piedras (27), y así vemos la codicia en los ojos del arqueólogo. El grito y el trallazo lo hacen asomarse y ve entonces cuál ha sido el destino de los niños del poblado, y entonces no puede contenerse, recupera (o gana por primera vez) su cualidad de héroe y lanza un pedrusco contra el gigante del látigo (28). A partir de entonces, un viaje alucinógeno sumirá a Indy y a Shortie en los abismos, acercándolos casi al "reverso tenebroso" de la galáctica serie hermana. Convertido en un zombi sin voluntad, Indy soportará las lágrimas, el escupitajo y el desprecio de Willie (29), y sólo el fuego purificador de Shortie lo devolverá a su punto de partida. A ese respecto, el más bello momento musical de la película [["Slave Childreńs Crusade" como siempre del incombustible John Williams (30)], refuerza la magistral entrada de Indy en las cuevas y su silueta a contraluz, dotándolo de una estatura mítica, casi solar.
El "Anything Goes" anunciado al principio de los títulos de crédito tiene en las últimas escenas que contar con fuerza con el beneplácito del espectador rendido de antemano, pues hay momentos en que la credibilidad llega a forzarse demasiado. Si en Raiders teníamos casi diez minutos de persecución en camión, ahora es una montaña rusa subterránea y sus correspondientes subidas y bajadas lo que sirve para rizar el rizo de lo espectacular. No por ello deja de ser divertido, aunque cabría preguntarse si con todos aquellos kilómetros de cuevas, pozos de lava y paredes desplomándose el templo maldito no se habría hundido en sus cimientos sin que se hubieran logrado encontrar las dos piedras Shankara restantes... por no mencionar la enorme cantidad de agua que puede salir de un simple depósito.
El enfrentamiento final entre Jones y el darthvaderiano Mola Ram (Amrish Puri) y sus acólitos en el puente de cuerda también tendría sus altos y sus bajos, pues se nota en demasiadas ocasiones que ni la altura ni el lugar son tan impresionantes como se pretende al despeñar a los thugs (en realidad, maniquís con mecanismo hidráulico que agitaban brazos y piernas). El deus ex machina de Raiders se repite aquí, más brevemente, cuando Jones invoca al poder justiciero de Shiva y las piedras arden, forzando a Mola Ram a la caída y la muerte entre cocodrilos. Es el único momento sobrenatural de la historia y pasa casi desapercibido.
Cuando termina la aventura, Jones ha aprendido la lección moral y devuelve al poblado no sólo a sus hijos desaparecidos, sino también el tesoro que ha ido buscando. "Sabíamos que vendríais cuando la vida regresó a la aldea", viene a decirle el anciano patriarca (31). Al final, como en cualquier película de James Bond, Indy y Willie rubrican su fugaz romance con un beso interrumpido no por M, sino por Shortie.
La segunda incursión cinematográfica del arqueólogo del látigo y el sombrero había finalizado. Pero más James Bond le esperaba en el futuro.
El emblema de la Paramount de la Paramount se convertiría en una de las montañas favoritas de John Ford, una meseta de Monument Valley donde Spielberg ya había pretendido rodar la llegada de los alienígenas de Encuentros en la Tercera Fase (32). Quizá allanando el camino para futuros proyectos que vendrían, la entradilla del principio de la película se remontaría a los tiempos de un juvenil Indiana, aquí interpretado con pasmosa habilidad por quien sin duda fue el mejor actor de su generación, River Phoenix, capaz de calcar todos los gestos y manierismos de Harrison Ford en su breve encarnación del personaje (33). Indiana Jones y la última cruzada (1989), la entrega final y algo tardía de la trilogía, jugaría ya desde el principio con los temas y tópicos que el mismo personaje y la serie habían propuesto, desde la dilación en la presentación del héroe y su afortunada confusión con el saqueador "Fedora", de quien hereda el sombrero y quién sabe si la actitud, hasta la explicación de algún elemento biográfico que ya había sido apuntado en la novelización de En busca del Arca Perdida, como el primer uso del látigo, la anécdota de la cicatriz en la barbilla (34) o la fobia a las serpientes (35).
Como también ocurre en la saga de las galaxias, a estas alturas las aventuras de Indiana Jones pasan a ser referente de sí mismas, obviando en gran parte el tono cinéfilo o melancólico. Si Star Wars y Raiders presentan la sorpresa, el descubrimiento, la ingenuidad recuperada, El Imperio y El Templo Maldito suponen cierta adultización, el dominio de los tonos rojos y la presencia dominante de la pasión, mientras que El Retorno y La Última Cruzada suponen casi un remake de la primera película de sus series respectivas, una vuelta a los orígenes... sin la convicción ni la gracia de esas primeras entregas.
La gran baza de esta nueva película está en la química desarrollada entre Harrison Ford y Sean Connery, quien interviene como padre de Indiana Jones, cerrando sin duda el círculo que faltaba para reconocer que el arqueólogo aventurero era hijo natural de James Bond (36). Aunque por cuestiones de edad resulte muy improbable que Connery pudiera ser padre de Ford (o, ya puestos, de Dustin Hoffman en alguna que otra película cercana), lo cierto es que entre los dos existe esa chispa tan difícil de alcanzar en una relación cinematográfica (37). Ambos son tercos, obstinados y pretenciosos. Connery es un cabezota escocés (los públicos yanquis siguen dándole mucha importancia a los acentos), y Ford un cabezota americano. El viejo tema del enfrentamiento padre e hijo casi supondría el centro de la película, si no estuviera sazonada de trepidantes aventuras que alivian, quizá demasiado, la parte emocional de la historia.
Otra vez la mitología judeocristiana es el motor de arranque de la misión. Del Arca de la Alianza se pasa ahora al Santo Grial o, lo que es lo mismo, a la búsqueda de la vida eterna. El guión de Jeffrey Boam, sobre un argumento de George Lucas y Menno Meyjes, potencia ahora los momentos cómicos por encima del drama o la tragedia, quizás en una huida consciente del tenebrismo de la película anterior. Ni siquiera en los momentos de máximo peligro podemos dejar de contemplar tongue-in-cheek las peripecias de los personajes, y el retrato de los nazis que aquí se hace continúa la línea esperpéntica esbozada en Raiders (cuando Dietrich responde brazo en alto al saludo del mono), aunque al menos uno de ellos (el peligroso Vogel, interpretado por Michael Byrne) será retratado como un feroz sádico (38) y ridiculizado por el profesor Jones en uno de los más incisivos diálogos de la película.
Más sutil es la relación dinero-nazismo que encarna Julian Glover y su millonario americano, Walter Donovan. Glover, por cierto, es junto con Ford el único actor que ha aparecido en las dos sagas de George Lucas, pues en El Imperio Contraataca interpretó al general Veers, al mando de la escuadra de Caminantes en la nieve (39). Si los nazis son toscos, algo idiotizados y, para ser arios, demasiado bajitos y morenos (40), Donovan es alto, rubio y sibilino, un embaucador a quien el ingenuo Jones (los ingenuos Jones) siguen a pies juntillas quizás considerando que al ser americano y hecho a sí mismo está a salvo de ideologías totalitarias o ínfulas de inmortalidad.
Mención aparte merece la chica de la película, la doctora Elsa Schneider, interpretada por la bella irlandesa Alison Doody (41). Huyendo otra vez de los "errores" del Templo Maldito, la rubia austríaca que encarna será una mujer dura, diametralmente opuesta de Willie Scott (aunque también Indy tenga que rescatarla alguna que otra vez), y más en la línea de la dureza de Marion Ravenwood. La gran innovación es que la doctora Schneider es una prolongación de René Belloq, una arqueóloga vendida al sistema nazi para conseguir sus propios fines y que, al contrario de Indy, será incapaz de decidir entre su vida y su ambición en las escenas finales. Amoral y sexy, Elsa no dudará en flirtear descaradamente con padre e hijo, una manipuladora sin escrúpulos a la que al final le saldrá el tiro por la culata.
Los contrapuntos humorísticos corren por cuenta de John Rhys-Davis y Denhom Elliot, aunque dado el tono ligero de toda la aventura tampoco es que molesten demasiado. Los temas recurrentes de la saga se repiten con pocas variaciones: hay nazis (42), ratas en vez de serpientes o insectos, una larga y algo sobrante persecución en lancha por los canales venecianos, una lucha desproporcionada (y magníficamente reforzada por la música de Williams) entre Indy a caballo y un tanque, y por fin el momento culminante, la incursión sobrenatural que propician el encuentro con el anciano caballero y el hallazgo del Santo Grial, donde Indy y su padre acabarán por aceptarse mutuamente por lo que son, como bellamente asevera el rotundo "Indiana" con que el profesor Jones atrae al final la atención de su hijo, rescatándolo del ataque de avaricia periódica que está a punto de arrastrarlo, junto con Elsa, al fondo del templo. La película cierra con los cuatro protagonistas supervivientes, contentos pero sin Grial, cabalgando hacia la puesta de sol (43).
Sin ser en modo alguno un mal producto, Indiana Jones y la Última Cruzada se revela como la más floja de las tres películas de la serie. Al tono más ligero y de comedia impuesto por el guión y la dirección de actores, al inevitable parecido que puede vérsele con En busca del Arca Perdida, hay que sumar cierto descuido en la puesta en escena. El doble de Ford se identifica clarísimamente en la pelea de las lanchas; caminando sobre un túnel lleno de gasolina vemos que de la antorcha de Indy caen chispas al agua y como si tal cosa. Más indignante es el hecho de que, cuando rodaron Raiders en El Cairo, la publicidad de la casa se encargó de hacer conocer a todo el mundo que habían tenido que desmontar doce mil antenas televisivas, porque en 1936 no existía la televisión; aquí, en la escena de la lucha en la estación de Iskanderun, se aprecian clarísimamente antenas de televisión y cables telefónicos, y, más adelante, hasta persianas andaluzas y portales impares numerados y una reja muy de mi tierra en el patio sureño que hace las veces de palacio árabe (44). Para más inri, en esa misma escena de la llegada de Marcus Brody a la estación de Iskanderun (calcadita a cualquier estación de pueblo almeriense, oigan), vemos a los figurantes vestidos con turbantes y chilabas. Plano medio, Sallah hace como que boxea, y detrás el pueblo se arremolina para ver el combate. Hay mujeres con velo, hombres con turbante... y justo en el mismísimo centro de la pantalla, detrás de Sallah, un humilde cateto andaluz con boina y todo, que mira el rodaje con cara de alucine. "¡Mirad el cateto!", exclamó alguien en la sala donde ví la película por primera vez, y las carcajadas fueron épicas. Corran a comprobarlo en el video o ahora el dvd. Es impagable.
De la broma de mostrar a Indiana Jones como juvenil boy-scout muy modesto ("se han perdido todos menos yo") a las continuas broncas con papá Henry por llamarlo "Junior", la película acaba por revelar el guiño que sólo los cinéfilos conocían: "Indiana" se llama así en honor al perro malamute de George Lucas (y que inspiró también a Chewbacca). En la trama, Henry Jones Junior reconoce haber adquirido el nombre del perro de su infancia ("quería mucho a ese perro"), y que puede verse fugazmente en los primeros minutos de metraje, cuando River Phoenix llega alborozado con la Cruz de Coronado y el padre le pide que se calme contando en griego. Tras esta revelación y el crepuscular cierre, parecía quedar claro que Indiana Jones era un producto que pasaba a la historia. Productor, director y protagonista parecían desear la búsqueda de otros horizontes más apacibles (45).
Indiana Jones nunca tuvo la explotación elefantiásica de La Guerra de las Galaxias. O sí la tuvo, pero dentro de unas medidas más controladas (convendrán conmigo que el merchandising de Star Wars ya es pasarse). A la novelización de las películas (según mis datos sólo dos de ellas se publicaron en España), y a la redacción de novelas independientes, varias de ellas dentro del esquema "elige tu aventura", o cómo trivializar el Rayuela de Cortázar, habría que sumar la nefasta adaptación que Marvel hiciera al comic (46), y sobre todo el trasvase de la búsqueda arqueológica y los sobresaltos de pantalla a pantalla que procuran los videojuegos. Uno de ellos, Indiana Jones y las llaves de Atlantis se publicitó como un guión rechazado para una hipotética cuarta aventura cinematográfica, y en su adaptación al comic a manos del veterano y fallecido Dan Barry se debe la mejor versión tebeística del personaje, ya dentro del sello Dark Horse, que a través de series limitadas recuperó un poco mejor el tono retro y años treinta de la serie.
Once años después de la presentación del personaje, Indiana Jones se vio a la vez rejuvenecido y envejecido para su trasvase a la televisión. The Young Indiana Jones Chronicles (1992) partiría de una pasión por la historia y el loable deseo de George Lucas de hacer una serie didáctica con el siglo veinte como hilo conductor, presentando a Indiana Jones en tres aspectos de su vida: el anciano de 93 años que sería hoy (entonces), interpretado con cierto despegue zumbón por George Hall, quien armado de sombrero y parche (47) equivaldría a un Tío Creepy/Pepito Grillo moralista, un abuelo Cebolleta que introducirá el flashback donde hayamos la lección ética o histórica a narrar (y que no siempre dará frutos); Indy niño, con 9 años, sería interpretado por el algo repelente Corey Carrier, un chaval a quien cuesta aún más trabajo imaginar como futuro Harrison Ford, y cuya futura carrera profesional pasa sin duda por invertir primero los royalties de esta serie en un dentista adecuado. Por fin, el plato fuerte de las "crónicas" quedaría entregado a la eficacísima labor del joven Sean Patrick Flanery, quien hereda un papel imaginado sin duda para el desaparecido River Phoenix.
Tras la presentación de rigor del Indy anciano, las historias se dividirán en aventuras iniáticas casi siempre, hasta el punto de que el propio George Lucas las equipararía con Aquellos maravillosos años. Las protagonizadas por Indy niño poco a poco irían desapareciendo de escena, hasta centrarse casi en exclusiva en las peripecias del Indy adolescente y sus hazañas en la Primera Guerra Mundial, de soldado a espía a intérprete y siempre como superviviente, bajo el ubicuo seudónimo de Henri Defence (48).
Hasta cierto punto, Las aventuras del joven Indiana Jones, como serían presentadas (mal presentadas) en España, obviando el sentido "histórico" de la serie, casi parecen una adaptación a la pequeña pantalla de las aventuras de Tintín, proyecto que ya había rondado a Lucas y Spielberg unos años antes (49). En efecto, a la historia de un joven adolescente en la Europa en guerra habría que sumar su unión a las filas del ejército belga, y el comparsa que ahora lo acompaña, sustituyendo al Sallah del futuro, se llamaría nada menos que Remí (Hergé, el belga creador de Tintín, es el seudónimo de Georges Remí, como es sabido). Algún episodio de Indy niño, como el encuentro con Sigmund Freud y el apasionado enamoramiento de la princesa austríaca remiten, tanto en la estética palaciega como en las ropas del pequeño (abrigo gris, gorra de visera calada, pantalones bombachos) a El cetro de Otokar.
La serie usa y abusa alegre y acertadamente de lo que se ha dado en llamar "el efecto Connery", y que personalmente prefiero denominar "efecto Corto Maltés" (50), serie europea de comics de la que también pueden rastrearse influencias. En efecto, Indy muestra en su peripecia vital (que podría tener un antecedente en el Dustin Hoffman de Pequeño Gran Hombre, mentiras y/o exageraciones incluídas) la sorprendente habilidad de haber estado en el momento oportuno con las personas más importantes de la historia del siglo. Si el defecto que podría achacarse a la serie cinematográfica es ese, el vivir en un mundo hollywoodiense apartado de la realidad (y habría sido divertido ver un mano a mano entre Indiana Jones y Errol Flynn, por ejemplo), cuya única conexión con personajes reales se produce fugazmente en el encuentro con Adolf Hitler y su autógrafo (51), por la serie de televisión desfilarán Lawrence de Arabia, Sigmund Freud, Norman Rockwell, Theodore Roosevelt, Picasso, De Gaulle, Mata Hari (con quien Indy se estrenará sexualmente), Pancho Villa, Sean ÓCasey, Albert Schweitzer, Kafka, Elliot Ness, Louis Armstrong, Al Capone, el Barón Rojo, Ho Chi Mihn, John Ford o Robert Graves... por nombrar sólo unos cuantos.
La serie es, además, un experimento en producción, caro para los baremos televisivos, y en ella empiezan a despuntar ya algunas ideas "virtuales" que luego serían empleadas por Lucas y su equipo (el productor de la serie es ya la mano derecha de la compañía, Rick McCallum) para [*La amenaza fantasma* (52). Es una serie difícil, rodada en más de quince países, cuyo mayor handicap se encuentra precisamente en aceptar que ese jovencito ingenuo, ese niño repelente y testarudo y ese no menos obcecado anciano tuerto puedan haber sido algún día el aventurero cínico y heroico que todos conocemos. Tal vez sin el reclamo publicitario de Indiana Jones la serie, honradísima y con una claridad de ideas que acabarán por convertirla en culto, habría tenido menos eco pero mejor futuro.
Porque los episodios van creciendo de una temporada a otra. El tono pedagógico y moralista jamás empaña la belleza visual de las escenas, y las grandes batallas de la guerra de las trincheras, por ejemplo, logran sobrecoger, no importa que nos demos cuenta de que se trata de material de archivo recoloreado y remontado para la ocasión. Los diálogos serán el gran acierto de la serie (un acierto que, ay, Lucas no parece haber recuperado para su Episodio Uno). Del encuentro con todos y cada uno de los personajes Indy irá sacando jugosas conclusiones, bien sea sobre la relatividad del arte en el episodio compartido con Picasso y Norman Rockwell, sobre la futilidad de las revoluciones que pronto se corrompen (como sabiamente recalca el anciano mexicano del episodio piloto), o la inutilidad de la guerra y la imposibilidad de clasificar a los individuos por su nacionalidades (el encuentro con el médico alemán Albert Schwaitzer, quien le dirá "soy vida que quiere vivir rodeado de vida que quiere vivir" en uno de los más bellos capítulos de la serie entera).
Las "crónicas" del joven Indy no eluden reírse de sí mismas (en el episodio de Barcelona, uno de los peores de la serie, a pesar de la dirección de Terry Jones, o quizás precisamente por eso), o de capturar en imágenes adecuadamente surrealistas y sofocantes todo el universo de Kafka. Tampoco pasará por alto temas atemporales, como la religión, el feminismo o el racismo... sabiamente contado al revés, cuando Indy sufre en carnes la imposibilidad de tocar el saxofón con una orquesta de músicos negros de jazz, cosa que no comprende hasta que descubre que la playa por la que pasea está acotada para blancos y negros. El final de la Primera Guerra Mundial y el crudo tratamiento que los vencedores dan al pueblo alemán (y el caso omiso que hacen a Ho Chi Minh y a los vietnamitas que desean un trato más igualitario) hacen de ese episodio uno de los más lúcidos análisis de la guerra y la economía que uno recuerda.
Al contrario que en las películas, la serie obvia el tema fantástico, anclada en la apasionante historia del siglo, y sólo un episodio, situado en Transylvania, enfrentará a Indy con Drácula. Como se trata de un episodio de Halloween que el cínico George Hall cuenta a sus nietos, nunca sabremos si puede considerarse un hecho real o una invención del viejo (53).
Emitida originalmente en Estados Unidos por la cadena ABC (en España por Antena 3, o sea, el día y la hora que al programador de turno le saliera de las narices), tras la segunda temporada pasaría a emitirse directamente por cable, remontando episodios de una hora para adquirir formato largometraje. El hecho de que George Hall torpedeara en buena parte el éxito de la serie, pues a nadie le gusta ver a un mito convertido en un abuelete cascarrabias, parece confirmarlo la aparición de Harrison Ford en la versión doble del episodio del jazz y el racismo: en unas cadenas pudo verse que era el viejo Hall quien iniciaba la historia (quejándose a su nieto rockero de la lata que daba con la música heavy), mientras que en otra sería sustituido por un Harrison Ford de poblada barba gris (54) que rescataría en última instancia uno de sus muchos tesoros robados, ya en los años cincuenta, tocando una flauta que provocaría un alud.
La serie, humana, liberal, comprometida y siempre fiel a sí misma, merecía un mejor destino. En España incluso llegó a comercializarse en video, seis entregas que apenas completan la primera temporada. Otra vez será.
George Lucas parece incapaz de dedicar su tiempo a más de un proyecto. Centrado ahora en retomar las riendas de su saga galáctica, las aventuras de Indiana Jones parecen haber pasado a mejor vida, al menos de momento. Desde hace años los rumores y contrarumores de nuevas entregas han salpicado a los medios y a internet, donde ronda un guión apócrifo (y horriblemente malo), anunciado como "Children of the Sun", una historia demasiado crepuscular con un Jones maduro y acobardado que no quiere saber nada de su aventurero pasado. Más recientemente, Lucas anunció que ya tenían por fin un guión para la cuarta película, y hasta se apuntó que sería finalmente Indiana Jones y las llaves de Atlantis, pero todo el proyecto parece archivado a la espera de que Steven Spielberg se deje de cine de autor y a Harrison Ford se le bajen los humos y aprenda a elegir sus proyectos: dicen que en mayo de 2004 empezará el rodaje. En cualquier caso, ya con Star Wars Lucas ha demostrado que veinte años no son nada, y el primer paso de relanzar en dvd la trilogía de Jones, con sonido THK y formato panorámico ya está dado. Lo que está claro es que una nueva aventura de Indy en el cine no podría pasar sin Harrison Ford, y que, de retrasarse mucho más, el emplazamiento histórico tendría que adelantarse a los años cincuenta o sesenta, cambiando los villanos nazis por comunistas rusos o asiáticos.
Todo vale, lo cantaba Willie Scott en un cabaret de Shangai. Sólo hace falta un poco de decisión.
NOTAS:
(1) Manías de profe de inglés, sin duda. Pero en inglés, "Indiana" suena distinto que en castellano. Casi "Indi-(minipausa)-ana", alargando el diptongo. Mucho más sonoro, de todas todas.
(2) Uno de los personajes de dudosa catadura moral que acompañan a Indiana Jones al templo maya donde se inicia la historia se llama "Barranca", como el poblado sudamericano en el que se juegan la vida los pilotos de Sólo los ángeles tienen alas.
(3) Siempre se ha pasado por alto la influencia que el spaghetti-western y el desaliñado Clint Eastwood pudieran haber tenido en la tradición del antihéroe de los años setenta. Quizá demasiado enclavado en la comedia para haber hecho a un Indiana Jones creíble, Burt Reynolds (por quien Spielberg siempre ha confesado su gran admiración) habría encajado también en ese pícaro sucio capaz de salir ileso de mil situaciones.
(4) Obviamente, con Selleck interpretando al personaje, la película habría sido absolutamente distinta. Como curiosidad, en la portada del número 1 de la fallida adaptación marveliana al comic, Terry Austin dibuja al aventurero del látigo con los rasgos de Selleck.
(5) Es conocida la anécdota. Originalmente, Indiana Jones y el árabe del turbante negro y la enorme cimitarra se enzarzaban en una terrible pelea cuerpo a cuerpo. Afectado de diarreas, Harrison Ford fue incapaz de continuar el rodaje (hay fotos de la pelea), por lo que le comentó a Spielberg: "¿Por qué no le pegamos un tiro a ese hijo de puta?". Dicho y hecho. A la casualidad se debe uno de los mejores momentos humorísticos de la película.
(6) Ese parece ser el cargamento del Bantu Wind que comanda el capitán Katanga. Cuando los nazis lo abordan, en la sentina se ven fugazmente un puñado de árabes a los que transporta. Irónicamente, eso provoca el rechazo del nazi Dietrich.
(7) Alfred Molina sufrió irritaciones en el cuello por alergia al pelo de tarántula. Cuatro de ellas murieron en el rodaje, tres por envenenamiento al pelear entre sí, y la cuarta al quemarse con una de las lámparas del plató.
(8) Originalmente, se encargaron 2.500 serpientes. Luego, hubo que encargar otras cuatro mil más. "Si todas ellas hubieran sido venenosas", declara el productor ejecutivo Howard Kazanjian, "no se habría podido poner un pie en el suelo sin ser mordido". En el plano donde Harrison Ford cae al suelo y la serpiente se le abalanza, de todas formas, había un cristal de por medio.
(9) Jugando (sólo jugando) a ser políticamente incorrectos, hay algún detalle de "niño malo" en la película. En la pelea en el zoco, mientras Indy se lía a tiros con los nazis que han secuestrado a Marion, un montón de mendigos lo asaltan. Para librarse de ellos, el arqueólogo tiene que tirarles unas monedas... y sigue pegando tiros. Cuando esquiva la estocada de uno de los árabes, que acaba ensartando a otro, vemos el detalle de que, además de a su compañero, ha ensartado dos manzanas del puesto de frutas.
(10) El personaje de Marcus Brody, el decano de la facultad donde enseña Jones, es pintorescamente descrito como homosexual (o como despistado) en una escena: Indy está impartiendo su clase, y vemos que su alumnado es mayoritariamente femenino (incluso una de ellas tiene escrito en los párpados "Love you"). Suena el timbre y la clase se despeja. Entre todo el alumnado, hay un único muchacho que, sin detenerse y muy tímido, coloca sobre la mesa del profesor una manzana. Llega Brody, la coge y se la come.
(11) Esta escena está rodada en Túnez, en el mismo lugar donde Lucas ya había rodado La Guerra de las Galaxias, concretamente la escena en que R2-D2 es atacado por los jawas. Desde entonces (o así se encarga de publicitarlo Lucasfilm), el desfiladero se llama "Star Wars Canyon".
(12) En la escena con las serpientes, la atemorizada Karen Allen era incapaz de gritar, de puro nervio. Como Spielberg no quería que acabara gimiendo como Fay Wray en King Kong, optó por lanzarle sobre los hombros una serpiente de goma. El grito de Allen, que no se esperaba la broma, fue aterrador. Esta escena puede verse en la película, y la espontánea reacción de cabreo de la actriz al mirar hacia arriba, cuando Indy escala hasta la boca abierta del dios chacal y chamusca con la antorcha al ofidio que allí le espera.
(13) Por cierto que el ídolo dorado que Indy roba es la diosa de la fertilidad: se trata de una mujer pariendo en cuclillas.
(14) No es extraño, pues, que ya en el primer episodio televisivo de The Young Indiana Jones Chronicles Indy conociera a Lawrence de Arabia, que hiciera alusiones a él en varios episodios de la Primera Guerra Mundial y que, una vez terminada ésta, apareciera en el capítulo dedicado a la firma del tratado de paz. A Lawrence de Arabia se debe, por cierto, una de las más bellas líneas de diálogo de la serie, cuando juzga la contienda mundial y su resultado con estas palabras: "Los jóvenes hicimos una guerra para cambiar el mundo. La ganamos... y le entregamos el mundo a los mismos viejos de siempre".
(15) Recuérdese, en televisión, la entrañable Cuentos del mono de oro y la menos conseguida Cazando fieras vivas. El propio Tom Selleck intentaría, demasiado tarde, revivir el look retro con la insufrible La gran ruta hacia China, y hasta Madonna, impenitente devoradora-acaparadora de mitos clásicos, intentaría con su entonces marido Sean Penn uno de sus horribles conatos de ser actriz. En España, en el campo del cómic, la llamada "línea clara" se apropió de la moda y lanzó una revista llamada Cairo, obviamente tras el visionado de la película. Hasta Miguel Bosé se acercó al look Indiana Jones con su "Amante bandido", y el aspecto de barba de tres días, desaliñada-pero-en-control, se debe a la imaginería de Indy.
(16) Un juego de palabras curioso se produce en español. Cuando a bordo del Bantu Wind Marion ayuda a Indy a desnudarse y él está todo dolorido, ella pregunta dónde está el año que conoció años atrás. "No son los años, es el rodaje", contesta Jones, respuesta que suele provocar la carcajada cuasi-pirandelliana en el patio de butacas. En inglés dice "the milleage", por lo que se refiere al kilometraje de un automóvil y no a las peripecias de la filmación de la película. Del mismo modo, cuando Indy se encuentra a Marion en la tienda (y hace una jugosa alusión al Hijo del Caíd, de Valentino), la línea de diálogo dice "debieron cambiar los cestos", no "los textos", como equívocamente suele creerse.
(17) Poco importa que en 1936, fecha donde se desarrolla la acción, no existieran los bazookas. O que Egipto y El Cairo fueran colonia británica y no alemana. Tampoco las piruetas de Indiana Jones se parecen en nada a la labor paciente de los arqueólogos de verdad, ni falta que hace.
(18) La versión novelada (y la adaptación al comic), muestran a Indy atándose al periscopio con su látigo. Incluso parece que se llegaron a rodar las escenas, pero fueron suprimidas por demasiado ridículas. Sin embargo, cuando Indy sube al submarino que ya se sumerge, se ve claramente que NO lleva el látigo consigo... y sí algunos michelines de más.
(19) Lo mismo llega a pasar con otra película, El silencio de los Corderos. Cuando Hannibal Lecter, aprisionado en la camisa de fuerza, se apodera del bolígrafo del doctor Chilton no se trata, como algún critiquillo radiofónico acusa, de un fallo de la narración. Es, simplemente, que Chilton es tan rematadamente imbécil que OLVIDA el boli y sale de la celda de Lecter dejándolo allí. Otra cosa, claro, es que se pueda abrir unas esposas con un capuchó. Pero Hollywood es Hollywood y casi todo se perdona.
(20) La leyenda dice que Spielberg aseguraba ser capaz de rodar una persecución con cualquier cosa, incluso con una piedra. De ahí el enorme canto rodado que corre a aplastar al arqueólogo ladrón. Dotada de un sistema hidráulico complicadísimo, cada vez que había que repetir la toma tardaban varias horas, pues había que volver a pegar en suelos y techos todas las estalactitas y estalagmitas que la bola destrozaba a su paso.
(21) El avión lleva escrito en el fuselaje OB-3PO (o sea, Obi-Threepio), chiste alusivo a los personajes de Star Wars. Los muchísmos problemas que tuvieron para encontrar el modelo adecuado no tuvieron un final agradable: antes de terminar de rodar la toma, el avión se estrelló.
(22) En los primeros minutos de la película vemos por fin a Indiana Jones con el "tuxedo" (para nosotros frac) con que George Lucas lo había imaginado siempre. El parecido con James Bond es, en esta partida de baccarrá sin cartas que es el enfrentamiento con Lao Che por el diamante, el antídoto y Nuraseee, es entonces demasiado evidente.
(23) Como, por ejemplo, el chiste en que Jones intenta desembarazarse de los dos toggi que lo atacan a base de tiros, para descubrir que no tiene la pistola, en clara paráfrasis de la escena similar de En busca del Arca Perdida. La alusión es rápidamente captada por el espectador, perdonando el hecho de que la otra situación, ya vista anteriormente, todavía espera a Jones en su futuro, pues estamos en 1935 y no en 1936.
(24) Lo recuperaría y potenciaría en Indiana Jones y la última cruzada, ayudado por Marcus Brody, el profesor Jones e incluso el propio Indy.
(25) Aunque en ningún momento se puede pensar que Indy está haciendo con Shortie una "obra de caridad", los críticos y seguidores del personaje, sobre todo en América, reprocharon que sin duda Jones acabaría por llevárselo a los Estados Unidos, para internarlo en una institución colegial y, de ahí, si te he visto no me acuerdo. Tal vez tuvieran razón, porque del personaje nunca más se supo.
(26) La impresionante escena del sacrificio provocó, según dicen, más de un problema a la hora de calificar la película en los USA. Cuentan que las madres se desmayaban y los niños lloraban. Sea como fuere, lo cierto es que ahora Spielberg reniega de ella y, en la versión en video en V.O., ha sido convenientemente censurada: Ya no se ve cómo Mola Ram introduce la mano en el pecho del condenado y le arranca el corazón, ni al agujero abierto en el pecho del pobre diablo, ni el corazón latiendo en la mano alzada del líder religioso. La escena en que los acólitos flagelan a Indy y Tapón también está censurada, y sólo se ven los latigazos al hombre, no al niño. En España puede verse la versión íntegra.
(27) Por cierto que hay algún fallo de raccord en el montaje, pues se ven las piedras encendidas cuando, al retirar ya alguna de ellas, tendrían que estar apagadas. Tomas de los dos sacrificios se alternan en el montaje, y en algún momento se llega a ver a Indy actuando como acólito
(28) Curiosamente, el indio del turbante rojo está interpretado por el mismo actor que, en Raiders of the Lost Ark, encarnaba al calvo nazi que se enfrenta a Jones en el avión y es despedazado por la hélice. Un tercer encuentro entre ambos, previsto para Indiana Jones y la última cruzada, donde interpretaba a un piloto de la primera guerra mundial que intenta evitar que Indy y su padre escapen del zeppelin, se quedó en la mesa de montaje o no llegó a ser rodado nunca, aunque sí aparece en la versión en comic (y el personaje llega a verse, enfundado en un abrigo de pieles, entre los figurantes que suben al zeppelin).
(29) Una escena omitida en la película, pero presente en los comics y la novelización, muestra a Willie buscando ayuda en palacio y confesando al Gran Visir lo que ocurre en el subsuelo... para descubrir entonces que el Gran Visir es también uno de los acólitos de Kali.
(30) Confieso ser incapaz de escuchar el tema del sacrificio. Me da miedo.
(31) La escena del regreso al poblado se rodó lo primero. Luego llegó la recolección del té, y después se rodó la primera llegada, con los campos estériles.
(32) La montaña del logotipo se funde con la montaña sudamericana en la primera entrega, con la que aparece grabada en un gong en la segunda, y por fin con la de Monument Valley en esta. Se trata de una broma recurrente y divertida.
(33) Phoenix ya había sido "hijo" de Ford en la interesante Mosquito Coast.
(34) En el fundido que supone el cambio de River Phoenix por Harrison Ford cuando Fedora le cede el sombrero, puede advertirse que el fotograma está invertido: la cicatriz de Ford y la mancha de sangre en sus labios están al revés.
(35) Nuevo detalle cinéfilo: El tren del circo es igualito al de Dumbo de Walt Disney. Ya Spielberg había hecho alusiones a esa película en su disparatada (y comercialmente fallida) 1941.
(36) Aunque Spielberg siempre tuvo en mente a Connery para interpretar al profesor Jones, parece que Lucas se mostró reticente y tardó en aceptarlo.
(37) Spielberg remite a Paul Newman y Robert Redford en Dos hombres y un destino o El golpe para definir la relación entre Connery y Ford.
(38) Es sabido que al recoger el Oscar por La lista de Schindler Spielberg pidió disculpas por el tono humorístico con que había retratado en otras películas el peligro nazi. A nuestro director le había ganado la trascendencia, al menos momentáneamente.
(39) La mujer de Donovan, que aparece fugacísimamente en una escena, es la esposa del propio Glover, y así aparece en los títulos de crédito de la película: "Mrs. Donovan played by Mrs. Glover".
(40) Gran parte de la película se rodó en el sur de España y en Italia. Parece que no encontraron demasiados figurantes que encajaran con los parámetros arios, porque algunos no dan el tipo de alemán ni mirando para otro lado.
(41) Un nuevo punto de contacto con Bond: Alison Doody hecho un pequeño papelito en Panorama para matar, interpretando a la villana Jenny Flex.
(42) Fuera del montaje quedó una escena donde, en Venecia, Indy tiene una pelea con un camisa nera italiano por defender a un pequeño judío. La alusión al fascismo dominante en la época queda borrada de la película, posiblemente por razones de tiempo, pero puede encontrarse en la adaptacioón al comic.
(43) Queda en el aire el interrogante de si, por haber bebido del Santo Grial, Indy y el profesor Jones son inmortales, aunque más lógico parece pensar que, una vez franqueadas las puertas del templo de Petra, esa inmortalidad se perderá, como sucediera a los dos caballeros que abandonaron el templo en la Edad Media. La mirada que comparten el anciano templario y Sean Connery, habida cuenta de que lo que el primero desea es que alguien lo sustituya como guardián del Grial, siempre me han hecho pensar que el profesor Jones, algún día, regresará al Cañón de la Media Luna para culminar allí la obra de su vida.
(44) El patio del sultán, clavadito al de mi instituto de estudiante, tendría que haber sido la Alhambra, pero Spielberg acabó por descatarlo por que habría sido demasiado fácilmente reconocible. Supongo que en realidad no podría conseguir los permisos: igualmente reconocible es el templo de Petra (¿quién no ha leído a Tintín?) y bien que rodaron la fachada.
(45) Uno de los borradores anteriores a La Última Cruzada contaba una aventura en las selvas de Africa, con cabalgada a lomos de rinoceronte incluida. Lo descartaron al advertir que todos se encontraban demasiado viejos para semejantes hazañas.
(46) Uno de los productos más espantosos que se recuerdan. Sólo la portada de Howard Chaykin para el álbum donde se adaptaba En busca del Arca Perdida y los dos primeros números de la serie regular, obra de John Byrne, merecen la pena. Quedó claro que los dibujantes-guionistas de Marvel no sabían beber en las fuentes tebeísticas del personaje.
(47) Curiosamente, la versión en comic de Dark Horse lo mostraría sin el parche.
(48) Es jugosa la escena. Como Indy no tiene la edad legal para combatir, y su país ni siquiera está en guerra, acaba por alistarse en el ejército belga. Al declarar su nombre, tartamudea "Henry...", y al no poder decir "Jones", acaba por leer en voz alta el cartel que el oficial reclutador tiene detrás, donde se advierte, en francés, "prohibido fumar".
(49) Incluso se habló de Roman Polanski como director, y de Christian Bale de El imperio del sol como protagonista. Parece que ahora es por fin el próximo proyecto de Steven Spielberg.
(50) Como Corto Maltés, también el joven Indiana Jones comparte peripecias en la Primera Guerra Mundial, donde conoce a todo tipo de personajes históricos reales. George Lucas entiende demasiado de comics para considerar que pueda tratarse de una coincidencia.
(51) Los expertos dicen que hay un error en esa escena, pues Hitler era zurdo y aquí firma el librito del profesor Jones con la mano derecha.
(52) Anthony Daniels, C3PO galáctico, intervendría como oficial francés en una fugaz escena en el episodio del Barón Rojo. Carrie Fisher escribiría o corregiría el guión de algún que otro episodio.
(53) El viejo Indy asegura además a sus nietecillos el haberse casado con la princesa austríaca de su infancia. Verdad o mentira, no lo sabremos nunca.
(54) Ford interpretaría esta breve escena en un descanso en el rodaje de El fugitivo, de ahí la barba.
Comentarios (45)
Categorías: Indiana Jones