KILL BILL
Vengo diciendo hace tiempo que si hay un término que puede definir este momento nuestro ese término es el referentismo. A los referentes, discriminados o a mogollón, se deben las más interesantes obras creativas del último tercio del siglo pasado y con el referentismo se abre el siglo veintiuno, quizás porque ya no vemos más allá, quizás porque hemos visto demasiado y sólo nos queda remitirnos a lo que dicta el subconsciente o lo que el consciente desea.

George Lucas buceó en sus referentes y nos legó para la posteridad dos mitos cinematográficos (o, simplemente, dos mitos pop). Tim Burton intentó hacer lo mismo y la cagó estrepitosamente con aquella tontería desorbitada que fue Mars Attacks!. Ahora Quentin Tarantino pone al servicio de toda su cultura trash los miles de visionados de películas de artes marciales, comics, anime y -sobre todo- Sergio Leone para entregar su cuarta película, absurdamente dividida en dos mitades (o dos volúmenes).

No soy experto en el cine de Hong Kong (ni siquiera en los comics japoneses), y me temo que perdí más del ochenta por ciento de las referencias (ahora sé cómo se siente la gente normal cuando ve, pongamos por caso, una peli de esas que a mí me encocoran por la cantidad de chistecitos ocultos por fotograma). Más allá del chandal amarillo de Bruce Lee, de la referencia a Charlie Chan y a Kato, de la estética Leone y la música Morricone, pocos chistecitos me hicieron dar codazos al inexistente compañero de butaca (estaba, y es día del espectador, solito en la sala).

Poco importa. Kill Bill se revela como un capricho violento, que debe tanto a tantos que al final resulta, como Star Wars o Indiana Jones, una obra fresca, un western contemporáneo que reconoce el gusto oriental por el western clásico (y recordemos la cantidad de películas del oeste que se basan en películas japonesas previas) y que tiene en la hipérbole y la exageración artística su gran baza. Todo lo que aquí se cuenta es irreal (pero no menos irreal que, por ejemplo, Matrix), pero hay que reconocerle a Tarantino el magnífico pulido que ha hecho, la estilización de su historia.

Casi parece (e, insisto, no he visto apenas cine de artes marciales, más que cuando esto empezaba allá por el setenta y tres), un fix-up de momentos culminantes de mil y una películas. Una selección personal, un corta y pega de escenas antológicas que funciona, mal que le pese al director, como un gigantesco juego de ordenador donde el personaje de Uma Thurman (no, no es Scott Glenn, aunque lo parezca) va saltando literalmente de pantalla en pantalla y de presente a pasado entre toneladas cúbicas de sangre, brazos cercenados y personajes planos sacados de tebeos de segunda fila.

La habilidad de Tarantino es elevar todo eso a obra de arte. No sé si obra maestra todavía (habrá que esperar al desenlace), pero sí es cierto que en cada plano hay una lección de cine y, como decía, un referente de cine que no está al alcance de todos. A su modo, Kill Bill es a Tarantino y el cine de acción marcial como Hasta que llegó su hora lo fue a Sergio Leone y al western: una estilización absoluta, la abusio como figura estilística continua.

Hay en el personaje de La novia, magníficamente interpretado por Uma Thurman, bastantes parecidos con el pistolero sin nombre de Clint Eastwood: no se dice su nombre, sus diálogos son lacónicos y justos y, aunque aún no sabemos qué pasó antes del desencadenante de su venganza, está claro que no es una hermanita de la caridad y que no se diferencia en nada de los otros miembros de asesinos con nombre de serpiente (una referencia que me recordó a los tebeos del Capitán América). La Novia es tan asesina como Lucy Liu o cualquiera de los otros cuatro individuos a los que persigue, posiblemente no muy distinta de Bill, interpretado off camera por un David Carradine que, me juego lo que quieran, acabará por hacer un homenaje a su padre en la segunda parte.

De la estilización absoluta hay que recalcar la música. Se nota que, en efecto, las escenas están pensadas y coreografiadas al son de temas magistrales que aquí refuerzan a la perfección la potencia de las imágenes. Sé que Tarantino fue asistente de un video club, pero no me extrañaría nada que también hubiera sido disc jockey.

Sí, se le pueden poner muchas pegas. Es irracionalmente violenta, pero la sangre es tan exagerada que no se puede tomar en serio. Es cierto que tras tanto golpe y tanta katana ensangrentada la escena final se hace algo pesada, y que el bello enfrentamiento en la nieve falsa pierde fuelle. Es verdad, posiblemente: Tarantino no tiene nada que contar, pero lo cuenta de maravilla.

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Comentarios

1
De: ivan Fecha: 2005-09-21 02:55

quiero hacer famosa mi comic de kill bill 1,2.



2
De: La katana amarilla Fecha: 2007-01-22 17:03

Enhorabuena!!! fantastica descripcion.
Salu2 de un tarantinero
http://www.espacioblog.com/lakatanaamarilla