Si Han Solo fuera auténtico y no un papafrita adolescente se llamaría Malcom Reynolds y sería el capitán de un carguero de mala muerte, clase Firefly, rebautizado Serenity en honor a la última batalla perdida por el grupo de independentistas de los que formó parte y que, al igual que los vencedores, lo abandonaron a su suerte.
Con ecos de El Halcón Milenario y los imperios típicos de la ciencia ficción (no hay que remontarse a Star Wars para encontrarlos, pero es significativo que aquí los malos se llamen "La Alianza"), hay mucho de western en esta serie abortada de Joss Whedon, un canto de cisne a la humanidad y su expansión por una galaxia terraformada a su placer, donde no existen indicios de vida extraterrestre y donde las modas se confunden en un batiburrillo que nos recuerda (quizá demasiado) lo precario de la producción televisiva al acercarse demasiado a una estética de cowboys en algún episodio.
A uno le sorprende no que esta serie fuera un fracaso, sino que llegara a rodarse siquiera. Porque es una serie inteligente, y bien hecha, pero tiene el handicap de mostrar demasiado al mismo tiempo, y le falta tiempo y le falta tempo narrativo para haberse asegurado, al menos, un par de temporadas más con las que poder convertirse en un clásico indiscutible de la ciencia ficción televisiva de nuestra época. Hay ecos de La Diligencia y Babylon-5 (la fotografía, el diseño de los CGI), pero se nota que se pretende en todo momento escapar del arco narrativo que fuera enseña de la magistral serie de Stracinsky y de las otras series de Joss Whedon. Este es un mundo sin oropeles, donde las dos grandes potencias que han sobrevivido en el espacio son China y Estados Unidos, o lo que queda de ellas, y por eso la mezcla resulta a veces tan apetitosa y a veces tan chocante. Es divertido, por ejemplo, que la subtitulación de las imprecaciones que en todo momento sueltan los personajes se anuncie como "Speaking Galactic Languague" cuando lo que hablan es, precisamente, mandarín. Y destaca también, en contra de la ciencia ficción clara y glamourosa que se estila en televisión, el look sucio de nave y ambientes: el Zócalo de Babylon-5 es un hotel de cinco estrellas comparado con el más limpio de los lugares donde los tripulantes de la Serenity recalan.
Es un universo en expansión lo que aquí se retrata, pero no un universo en intento de mejora. La corrupción campa por sus respetos, desde los sádicos kingpins del inframundo a los pequeños estafadores, desde los oficiales corruptos de la Alianza a los cazadores de recompensa psicóticos, desde los aldeanos supersticiosos a las aparentemente débiles mujercitas campesinas, mataharis terribles expertas en la manipulación y el engaño. Es un universo de tramposos, donde cada uno va a su avío, donde las reglas cambian en cada momento y la palabra comprometida sólo se rubrica a punta de pistola.
Malcom Reynolds arranca, claro, de Ethan Edwards, el personaje que John Wayne hiciera eterno en Centauros del desierto: como él, es un jayhawker, un mercenario sin ideales ya, sin humor (una característica que es dulcificada a lo largo de los episodios por imperativo de la productora), algo puritano, frío y testarudo. No es extraño que en ocasiones lo veamos vistiendo la camisa azul, los tirantes y los pantalones caqui que Wayne vistiera en aquella película capital. Mal transmite ese aura de autenticidad que uno echa en falta en tantos otros personajes, porque sus acciones no están teñidas de moralina, ni es innecesariamente cruel: no adopta poses. Es un superviviente y sabe que, como todo superviviente, tiene los días contados. Ya no pertenece al universo, sino que vive como puede a sus expensas, un pequeño ladrón, contrabandista, mercenario. Su patria es su nave. No le queda ni la ilusión de los recuerdos.
Lo acompañan otros ocho personajes, cada uno con su pasado y su misterio personal, repletos de matices y detalles que, lástima, no han podido ser completados. Desde el enigmático pastor cuyo pasado nos indica que puede haber sido un hombre importante (¿político, asesino, papa?), a los dos hermanos en fuga, el doctor y su hermana sometida a todo tipo de torturas psíquicas por unos hombres de manos azules (que remiten claramente al Psycorp de Babylon-5 una vez más), al brutal, bestial y desleal Jayne, el matón de a bordo, la inevitable experta en mecánica, el bien humorado piloto (que a mí me parece la proyección del propio Joss Whedon), la intrépida y bella primera de a bordo y, en especial, la "acompañante", mezcla de geisha y prostituta, nombrada cínicamente "embajadora" (¿en otro guiño a Kosh y Babylon-5?), miembro de una cofradía de hetairas que tiene el privilegio de elegir a sus clientes, experta en artes amatorias... y secreta y dolorosamente enamorada del capitán, como éste lo está de ella, aunque ninguno de los dos sea capaz de reconocerlo.
Hay enormes sentimientos internos en estos nueve personajes, y la serie va ganando a medida que se van haciendo familiares al espectador. Los cruces de miradas, los gestos, los matices de las conversaciones, todo apunta a un universo rico, tanto en los confines de la nave como en la galaxia feroz que los envuelve. Los subplots se van ayudando y van enriqueciendo la labor callada de los actores (y es un punto a favor de Whedon que sus dos protagonistas "buenos" de Firefly hicieran respectivamente de villanos en Buffy y Angel), pero el hachazo de la productora deja todo en el aire.
Dicen en Estados Unidos, tras la reciente cancelación de Angel (también de la Fox, una cadena que, por cierto, en sus informativos no se caracteriza precisamente por su tono objetivo y liberal), que la televisión creativa pasa por malos momentos. Los matices, la sal de la creación, parecen demasiado por encima de los gustos de los programadores y del público, tan fácilmente adocenable en productos inferiores que ni siquiera cuestan dinero: los reality shows parecen ser, allí, tan deleznables como en cualquier otra parte.
Whedon y los suyos no se arredran. Parece que una película de Firefly está a punto de iniciar su rodaje dentro de unas semanas. A ver qué puede contar ahí, qué enigmas nos resuelve, cómo presenta a sus nueve personajes a un público nuevo (uno duda que la película se estrene jamás aquí, pero el mundo se ha hecho ya pequeño) y, si hay suerte, a ver si continúa contando, en cine o en otra productora menos ciega, la lucha por sobrevivir en ese mundo hostil que el hombre ha creado en el espacio, a imagen y semejanza de sí mismo y de su historia.
Comentarios (62)
Categorías: Ciencia ficcion y fantasia