Uno de los neologismos del momento, derivado de un viejo cuento persa, es el de serendipia, o sea, el descubrimiento al azar de postulados y hechos científicos, de esas cosas sin las que luego no somos capaces de entender nuestra vida: para entendernos, lo que nosotros llamamos chamba. A la casualidad de la serendipia se debe el descubrimiento del principio de Arquímedes, la aspirina o la penicilina, por ejemplo. ¿Quién podría imaginar que observar que el jabón que flota en tu bañera te va a servir para explicar una ley universal, que dejar una ventana del laboratorio abierta durante un puente te va dejar el pan del bocadillo que olvidaste lleno de moho con el que luego vas a salvar vidas, y, ya en nuestro terreno de la vida cotidiana, que censurar una fiesta popular durante años nos iba a llevar, con su resurrección, al descubrimiento de un género nuevo, el de la comparsa, y que las ganas de complacer a todo el mundo y quitar hierro al disfraz (no sé si recuerdan o saben ustedes que estaban prohibidas las máscaras) nos iba a dar como resultado tener una prolongación infantil más allá del miércoles de ceniza y crear los carnavales más largos del mundo?
Una cosa parece que viene tirando de la otra. Intentaba el otro día, en vano, explicar que términos como jueves de carnaval no existen más allá del Puente Carranza. Nos censuraron el nombre, nos cambiaron las fechas, pero a cambio nos dieron ese segundo domingo, en teoría para los pequeños, que ayer sin duda disfrutamos casi todos (si es que la climatología acompaña, detalle que sigo ignorando cuando tecleo este artículo). Lo que fue un acto de conciliación o de vergüenza torera, un quid pro quo con tal de tenernos contentos, resulta que se ha convertido, con los años, en una pieza imprescindible en nuestra manera de entender la fiesta. Si dos años seguidos va y nos cae encima la del Beri con tanta lluvia el primer domingo, siempre nos queda, como a Bogart París, la repesca del segundo domingo de carnaval, ese domingo de piñata (les juro que uno no ha descubierto lo que era una piñata hasta que ha tenido que celebrar el cumpleños de sus hijos en cualquiera de los chiquiparques que florecen en buena hora). Fue un acto de serendipia, y ahora ya no hay quien nos lo quite de encima, ni que se atrevan. Y no tiene nada que ver con la cuaresma, ni se trata de molestar o no molestar a nadie.
Con buen tino, como se tendría que haber hecho el año pasado (pero no hubo buen tino y se estropearon, o eso nos dicen, las carrozas), este año se propone reunir las dos cabalgatas en una. Y la idea, serendipia pura, no sólo me parece excelente (alguna vez tenían que acertar, hombre), sino que con buena lógica hasta parecería más sensato no dispersar los actos del domingo de carnaval, que no nos da tiempo de estar en todas partes al mismo tiempo, ni siquiera cuando no llueve, y celebrar una sola cabalgata importante ese segundo domingo de piñata. Porque, verán, mejor una cabalgata que esté medio bien, aunque no haya brasileñas (yo sigo añorando a las majorettes de Montpellier, ¿no es hora de darle un antifaz de oro a aquella capitana vestida de negro que lanzaba la vara de mando más alto que nadie?), que dos cabalgatas churris en las que el presupuesto siempre se queda corto.
Hizo serendipia el primer mariscaor que tuvo las agallas de coger un erizo, cortarlo por la mitad y comerse lo que había dentro. Hizo serendipia este consistorio cuando se sacó de la manga la megabarbacoa veraniega, y puede que hayamos tenido este año un nuevo caso de serendipia cuando, al huir de la lluvia, hemos hecho un carnaval más redondo en un domingo que algunos piensan que sobra. Hicieron serendipia aquel puñado de valientes que colgaron ese estandarte ya ajado en Correos y se inventaron el carnaval chiquito que algunos esperamos como agua de mayo para este fin de semana. No sólo tenemos el carnaval más largo del mundo, sino que somos tan descuidados que todavía no nos hemos dado cuenta de que aquí hay capacidad, arte, ganas y hasta necesidad de tener no carnaval todo el año, pero sí al menos un carnaval de invierno (en febrero) y un segundo carnaval que se podría celebrar en verano, con todas las de la ley y con todas las ilegales, partiendo de cero, con nuevos tipos y repertorios, interés turístico internacional y todo eso. Que los gaditanos, sí, nacemos donde nos da la gana, y cantamos cuando nos da la gana, y contra quien nos da la gana. Y con serendipia y sin serendipia, con potra y sin chamba, a falta de un entramado industrial, tenemos que ganarnos los garbanzos que tanto popularizó Paco Gandía con éstas que son nuestras cosas.
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