Ya lo podían cantar en el Carnaval lo que quisieran, y hasta les quedaba bonito aquello de los vientos luchando por quedarse con Cadi, el levante pa un lao, el poniente pal otro, muy sentido y de categoría, pero la verdad era que, a pie de playa y un día sí y otro también, que te dieran mascás invisibles un día de un sitio y otro día de otro era un coñazo. Y es lo que tiene el verano en Cadi, o este verano por lo menos, que te levantas un día y ala, la levantera. Y ya por la tarde viento rebujao, y al día siguiente ya estaba aquí el poniente con el biruji, que el levante por lo menos en la playa se aguantaba, por aquello de la muralla de edificios altos que se habían levantado a la buena del diablo en los años en que Torre era un pampli que quería hacerle la competencia a Luis Folledo, pero el poniente era un suplicio que te atacaba a traición, te revolvía el agua (el levante al menos te la dejaba clarita aunque a veces trajera pica-picas) y te dejaba los riñones congelaos, como si te hubieran metido un derechazo contra las cuerdas.
Pero en fin, por lo menos no llovía, como en el norte, que no hay cosa más rara que te caiga un chaparrón cuando estás en la playita, sobre todo si te estás bañando y de pronto todo se pone gris y las sombrillas se espantan y parece que de detrás tuya va a salir el tiburón de Spilber o el Godzilla. Con lo cual había que aprovechar los diítas güeni-güeni, que también los había, y aunque a uno le apeteciera remolonear en la cama hasta la una y luego bajar a por el pan y tomarse una tapita en lo de Vicentito Quignon, aunque Vicentito ya no estuviera en el bar, que decía que había abierto los ojos y debía ser verdad, porque ya no llevaba gafas y se estaba poniendo los dientes de lujo, el verano es el verano y donde mejor se está, por éstas, es en la playa.
Y una vez en la playa, cuando te hartas de estar tumbaíto al sol, morsegando a los guayabos, esquivando patateros y niños perdidos y carajotes jugando con las palitas en la orilla, a pique de darle un pelotazo a alguien, lo más normal era darse una vueltecita por to la playa, con los pies en remojo como quien dice, la mar de bueno contra las durezas. Daba lo mismo que fuera solano o en compañía, por ejemplo, de Currito el Bola, que como su propio mote indica tendía a lo esférico y le gustaba más una fritá de papas que a Pepe Monforte. Un caso, Currito el Bola. Era capaz de hacerse el ida y vuelta a Cortadura en tiempo record, pero sin correr ni ná, más marcial que Carlo el legionario, un-dos, un-dos, llegada a la meta, iín, vuelta pa tras, y a empezar otra vez. Y no se desinflaba mucho, la verdá, o lo reponía en seguida con su tinto con casera y sus caballitas aliñás, que lo mismo iba a ser eso.
A Torre le gustaba correr por la playa, pero en invierno, cuando no estaba tó lleno de bikinitis que despistaban, cuando sólo tenía de testigos a las gaviotas y las palomas (¿se ha visto alguna vez una playa donde haya palomas joé? Po la Victoria estaba llena), así que en verano, vale, se daba el garbeíto de rigor, con Currito el Bola con su mascotita de paja que más parecía una pamela, un-dos, un-dos, no tan rápido, cojone, que no nos van a dar una medalla en el Castillo. Tú lo que está es mu quemao, Torre de mi arma. Y tú ten cuidado, quillo, que como tropiese rueda.
La ruta del colesterol, lo llamaban a aquello, con la típica guasa gaditana. To las mañanitas, venga, la misma gente caminando pa un lao y pa otro. Algunos, como si les hubieran puesto un cohete en el culo, qué velocidad. Otros, aprovechando pa escuchar por el arradio reondito, que decía el Selu (aunque Torre sabía que se llamaban dissssmak) las noticias o cualquier música pachanguera. Los más, con la toalla y las gafitas de sol, a veces de las caras, y aunque la mayoría iban descalzos, siempre había un nota dando la nota con calcetines, y camisetas cantosas, o marcando paquete con un tanguita de leopardo, que ya eran ganas, como lo cogiera Angel Cristo se la iba a dar mortá. Ellas, con los pareos esos que regalaban ahora en la prensa (el pareo es esa prenda que se ha inventao porque a las mujeres les da apuro reconocer que tienen culo), y muchos pendientes de esos que también regalan en los diarios, que parecían todas de la misma comparsa con los triangulitos verde fufú y amarillo Carranza. Ellos, con las tripitas bronceás a vetas, de estar sentaos en la tumbona y no llegarles el sol donde las mollas caían por el peso de la gravedad. Las niñatas, luciendo piercings y tatús. Los chaveas, con flequillo de hijo de Julio Iglesias y unos bañadores largos-largos, hasta más allá de las rodillas, que eso ni eran bañadores ni eran nada. Algún hijoputa se dedicaba, sin salirse de la ruta, a ir levantando agua con los pieses y a mojar a los timoratos que todavía no se habían dado el primer chapuzón, qué mala leche, hijo, me cago en to tus castas.
Y así to los días. A veces a Torre le daba por pensar que estaban todos contrataos por la Teófila, como le habían contado que en Rusia, en tiempos, cuando uno iba de excursión pagá por el Partido siempre se encontraba a la misma gente en todos los museos, como que estaban al liquindoi y no les quitaban un ojo de encima. Po lo mismo aquí. Todas las mañanas, a la misma hora, la abuela del bañador floripóndico, y el vejete que se tocaba los huevos y arrastraba los pies voy volandito volandito, y la niña del monokini que, la carajota, se ponía el brazo delante del tetamen porque en el fondo le daba corte que se le marcaran los pitones con el agua fría. A la misma hora, clavaos, oiga. A la ida, y a la vuelta. A veces a Torre le daban ganas de saludarlos, tan familiares les eran ya.
Currito el Bola decía que eso era la mar de sano, que rebajaba toxinas y que adelgazaba. Vale, po sería verdad. Pero lo mismo que se los encontraba a todos Torre por la mañana haciendo la peregrinación a Cortadura se los encontraba por la tarde poniéndose a dos carrillos de tapitas.
Y es que en Cadi es mu difísi, Currito, pero que mu difísi guardar la línea.
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Categorías: Historias de Torre