Dicen que la imitación es la forma más sincera de adulación, y habría que suponer que la parodia, si está bien hecha, no debe de ir demasiado a la zaga. Huyendo de la broma zafia y la acumulación de gags irregulares que el inefable Mel Brooks virtiera en su descerebrada y en ocasiones risible Spaceballs (La loca aventura de las galaxias entre nosotros), los chicos de Dream Works, buena gente en el fondo quizá no demasiado alejada de aquello que en esta película ponen en solfa, ofrecen en Galaxy Quest (espantosamente titulada aquí Héroes fuera de órbita) lo que será posiblemente la parodia definitiva del universo Star Trek, o cómo hacer una divertida película a costa de la(s) serie(s) creada(s) por Gene Roddenberry y a la vez sobre el mundillo de fans (los trekkies o trekkers, como ustedes prefieran, depende de si sienten o no vergüenza propia) y los actores-iconos que por ellas pululan.
Un grupo de actores a la baja, carne de centro comercial y de convención tercermundista, abotargados de su propia cutrez, será incapaz de darse cuenta, hasta que es demasiado tarde, que no son un puñado de fans freakies los que les piden ayuda para salvar su raza, sino extraterrestres auténticos y torpones que han crecido viendo, en jugoso guiño al género, episodios de la serie Galaxy Quest, a la que consideran "documentos históricos" pues su simpleza de miras les impide comprender que puedan existir conceptos como la ficción, el entretenimiento o la mentira. Rizando el rizo pirandelliano (¿dickiano?) los actores se verán a bordo de una réplica auténtica de la nave Protector, con la misión de enfrentarse a la inevitable raza reptiliana opresora, y a partir de ahí los chistes y segundas a costa de Star Trek y sus epígonos se confunden a medias entre la parodia y el homenaje.
Es inevitable no ver el calco cuasi-perfecto que Tim Allen hace de William Shatner en su interpretación (¿triple?) del histriónico, endiosado y semialcoholizado Jason Nesmith y su alterego televisivo, el comandante Peter Quincy Taggart, ni advertir la flema británica (¿o vulcaniana?) con que Alan Rickman compone su doble personaje spockiano de Alexander Dane y el ridículo e inmutable Doctor Lázarus, eterno segundón a bordo a pesar de ser un actor shakespeariano. Menos inspirada quizá Sigourney Weaver en su parodia de Uhura, quizás porque el recuerdo de Ripley sea demasiado fuerte o porque su personaje (lo que los americanos llaman una "bimbo") entra en contradicción con su altísimo físico, con o sin peluca rubia y/o prótesis pectorales. Un acertado y casi autista Tony Shalhoub da vida a la réplica de Scotty, el sargento técnico Chen (y el actor Fred Kwan), mientras que la réplica de los niños repelentes tan comunes a las series de ciencia ficción televisivas, ya crecidito, la pone Daryl Mitchell como Tommy Webber/Laredo. Con todo, el personaje más insólito y jugoso lo introduce Sam Rockwell (a quien ya vieron ustedes, si no se quedaron dormidos, como Wild Billy en La Milla Verde), un extra que apareció en la serie original Galaxy Quest para morir en los primeros minutos de episodio (en chispeante alusión a los guardias de camisa roja) y que se pasa el resto de la película temiendo sufrir el destino de su personaje anónimo (de ahí que, acertadamente, el actor se llame "Guy").
En ningún momento la parodia es sangrante. Es decir, no se trata de una sátira (aunque un par de barridos de cámara al principio de la convención, retratando lo que hay, contengan su buena dosis de dureza: a nivel más reducido, todos hemos pasado por las Hispacones, ¿no?), sino de una mímesis casi perfecta, donde se dan cita casi todos los tópicos al uso: la teleportación, el inevitable duelo con monstruos en un planeta desértico, el héroe y la heroína con tendencia a romperse las camisas, las frases fetiches ("Por el martillo de Grabthar" "Nunca entregarse, nunca rendirse"), las caídas de una punta a otra de la nave cuando los torpedos la alcanzan, las conexiones pantalla-a-pantalla de una nave a otra... Y mientras tanto, los chistes metalingüísticos entre realidad y ficción sazonan a placer la aventura, que no sólo no rehúye el tópico, sino que hace un magnífico uso de él.
Sin grandes altibajos de ritmo, con un guión acertado y una más que interesante sucesión de gags, los magníficos efectos especiales de ILM hacen que, al igual que los tebeos de Superlópez son más interesantes y entretenidos que los de Supermán, esta Galaxy Quest (que, en otro giro dickiano, se anuncia en el documental de promoción como serie auténtica, e incluso en internet podréis hallar una página de fans con falso índice de episodios y entrevistas a los actores de la ficción) llega a ser más entretenida, emocionante y divertida que la Star Trek de la que se carcajea.
Quizá habría sido pedir demasiado que los verdaderos Shatner, Nimoy y compañía se hubieran interpretado a sí mismos en una parodia aún más directa. De cualquier forma, después de esta burla amable pero definitiva, difícil va a ser que la Enterprise pueda remontar el vuelo sin competir con la frescura de la Protector.
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