Lo que era la peña, joé. Ese Cadi y arcó arcó, de jarana tol año, domingo en casa domingo en autobus, y tal como se lo contaron a Torre lo solía contar, con media limeta en lo alto y las castas de la mala suerte de esta temporada, que decían que la culpa la tenía un forofo que estiró la pata allá cuando el Cadi todavía no se había pegao el bocaso y estaba en primera, y en su testamento, tócate la minga, Manué, va el tío y pide que lo incineren, o sea, que lo dejen hecho como la colilla de un cigarrito, y que esparcieran sus cenizas por el Carranza, mí que antojo el nota, no podía irse a darle de comer a las caballitas, los pargos, los sargos y los camarones que luego nunca te comías en las tortillitas de la guapa, qué va, él más original que nadie ala, allá que quiso que lo enteraran en el Carranza, y la junta directiva de la entidad, lagarto lagarto, que un mojón pal muerto, que se quedara con to sus muertos en el mancomunado, que parecía un cementerio de película de Spilber. Y decía la leyenda negra que bueno, que vale, pero que por la noche, con nocturnidad, alevosía y la colaboración de un guarda jurado que era cuñado de un primo, el hermano y el concuñao del muerto, por sus cojones, se colaron allá en el fondo norte y ala, to lo rociaron de ceniza, sin que se enterara nadie, pero ahora se estaba enterando tol mundo, porque el Cadi, pobresito mío, no levantaba cabesa y era del fario del tío aquel del faria, que tenía embrujao el campo y no ganaban un partido ni con oli ni sin oli, qué cruz, cojone, lo que se sufre de amarillo y hasta de negro y rosa.
Po resulta que a Torre le había contao Eutimio, que no tenía na que ver con el de las tiendas de ropa de la plaza la catedral, sino que era chófer de autocar, de esos que están locos con el tacómetro, la cerveza sin arcó y las multas que les ponen los guardiaciviles que no son cinéfilos porque a la empresa no les sale de allí abajo pagar los derechos de reproducción de las películas en video, que el año pasado mismo, cuando ya la liga se terminaba y el arcó arcó y el cachondeo empezaba a cambiarse por a segunda oé a segunda oé, lleva como llevaba siempre un domingo sí un domingo no a to la peña de romería por los estadios de primera, pa enseñárselos y decirle echarle una foto pa que vuestros nietos sepan que fue verdad, y en esto que paran en una venta y mientras Eutimio el chófer se estaba tomando allí su cafelito y la gente se tomaba la tropecientas y se hacía foto y se meaba fuera de los urinarios y hasta aprovechaba para recargar el móvil en cualquier enchufe y compraban pan de telera, zas, se están montando todos en el autobús de regreso pa Cadi cuando el dueño de la venta, cuadrao y cateto com buen dueño de venta, dice quietos paraos tós, que me falta una pata de jamón, y que me falta una pata de jamón y venga que me falta una pata de jamón, y de asquí no sale nadie hasta que la pata de jamón o los doscientos lerus aparezcan.
Y allí se quedó Eutimio el chófer, clavadito al asiento, hora y media esperando a que llegara la guardia civil, que estaba entretenía con el atasco, y cuando llega el número venga a decir que salgan de uno en uno y casi suelta el nota que con las manos en alto, y se dedican a cachear al personal, a ver dónde tiene usté el jamón, y el jamón que no aparecía, y la guasa: salchicha y huevo sí tenemo, mi sargento, y el sargento que los fulminaba con la mirada. Y hasta registraron el autobús de arriba a abajo y na, que allí ni había jamón ni ná, y a Eutimio se le pasó el tiempo de conducción y tuvo que llamar a la central pa que mandaran a un chofer de reserva, que si no iba a tener que pasar la noche al raso con toda aquella gente que lo mismo ni tenía ni ná que trabajar al día siguiente.
Y ahí habría quedao la cosa, Eutimio pa su casa en el coche de Mariano y Mariano conduciendo el autobús, si a los siete u ocho meses, cuando estaba haciendo un servicio con gente de la tercera edad que iba a los Santos, la vieja impertinente de todas esas escursiones no le dice chofe, oiga, que aquí huele mu mal, y Eutimio cagándose ya en las castas de la vieja, porque le había dado el viaje y quería parar a hacer pipí cada vez que pasaban por una casa posta, y aprovechando una parada po venga, se acerca adonde dice la vieja y en efesto, cónchiles, sí que olía raro el autobús, y un viejecillo que estaba sordeta aunque no era jubilao de astilleros dice de pronto yo diría que huele a puchero, o a los avíos como poco. Y Eutimio y los dos viejos se dedican a buscar, mientras los demás vejetes se ponían en cola y se meaban fuera de los váters y atascaban las cisternas, y manda huevos, allí que se lo encuentran, debajo del penúltimo asiento. El jamón. Bueno, el jamón lo que se dice el jamón no: una pata de jamón pelá y mondá, blanca como las medias de Beckham. O sea, que era verdad lo del cateto de la venta de siete u ocho meses atrás. Cualquiera sabe cómo lo habían hecho, pero lo hicieron. Y seguro que Mariano se llevó su parte y él, por culpa de los puñeteros tacos del autobús se quedó sin tacos de jamón.
Se lo contaba a Torre y Torre es que se partía. Las cosas que pasan en Cadi, que no pasan en ninguna otra parte, picha, lo que yo te diga.
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Categorías: Historias de Torre