A Torre le tocaban los cojones las navidades y todo lo que rodea a las navidades, quizás porque vivía más solo que un caracol en un hierro y ponerte la careta de buena persona era cosa de carnaval, no de papanoeles, o lo mismo porque con eso de que coincide el portal de Belén con las doce campanadas se le echaban encima recuerdos que no quería y se veía obligado por narices a hacer balance de la mierda de año que quedaba atrás. O sea, mierda-mierda. Si uno de verdad se creía que por todas las capulleces que se hacen por la noche, antes de que Ramón García se colgara la capa y la rubia aquella que parecía la novia del Capitán Trueno nos enseñara el tanga blanco la vida iba a ser mejor, una mierda pa él, por tonto del culo y por conformista.
Porque manda cojones, qué añito llevábamos todos. Con los muertos del euro, que todo estaba cada vez más caro. Con la madre que parió a la liga, que el Cadi no remontaba una y no sólo le habían dado la patada de la división de honor, sino que todos le habían visto los dientes al pozo sin fondo de la segunda B, pobre Oli, con lo buena gente que era y el golazo que encajó en Chapín, de los que hacen historias. Por no contar los amigos que se iban, los amigos que no volvían, las ilusiones que se quedaban a medio camino y las esperanzas que se quebraban.
Torre no es que creyera ni dejara de creer en la mala suerte, pero la mala suerte existe y este año de los cojones que se terminaba no podía haber terminao peor, maldita sea su estampa. En sus tiempos de deportista, de boxeador que ya no recordaba, Torre había aprendido una lección que se le había quedado grabada en la memoria corporal, aunque no en la otra memoria: que hay que aprovechar la collá, que si te las están dando todas tienes que aguantar hasta que se pueda, y luego soltar el guantazo, pero si no puedes soltar el guantazo, lo menos que puedes hacer es mantenerte en pie, cubrirte el cuerpo y dejar que pase el chaparrón. Esto lo aplicaba a la vida, sin saberlo, y era consciente de que a veces, porque estás donde estás, no hay más camino que el que tienes por delante, por mucho que haya malajes que te quieran poner la zancadilla o echarte pa los laos. Uno está donde está y hace lo que hace porque no tiene más remedio que hacer lo que hace porque está donde está.
Y por eso, si este año había sido agridulce en muchas cosas, acababa al final con una nota amarga, y no quería ni pensar que hubiera gente, aparte de aquellos majaretas de siempre, que hasta se alegrase.
Mañana sería otro año. Torre se negaba a dejarse engatusar y pedir deseos de que fuera mejor que el que iba a quedarse atrás, arrumbiao pa los restos con to sus castas. Pero lo deseaba, en el fondo. Que fuera mejor que éste, pal Cadi y pa los amigos y para la gente que seguía teniendo ilusión por las cosas buenas para todos. Si de él dependiera, voluntad que no falte.
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