Querido Rafael, permitirás que me extienda en el siguiente comentario, pero el tema lo merece.
# 19: "Ojo, el dibujante dibujó en blanco y negro, sin saber que luego iban a colorear de verde en la imprenta".
¡Amigo!, me lo estaba oliendo (por el acabado de los colores), pero no estaba muy seguro de ello). En cualquier caso fue ingeniosillo el recurso. Enhorabuena al impresor.
# 20: "pero a nivel cultural... no se puede negar la cultura de la época con la cultura que llegó de 1212 para adelante..."
No comparto esa opinión. Pero bueno, todo es discutible. Creo que se magnifica en demasía el papel de al-Andalus como motor de cultura extendiéndolo a "toda" (y digo "toda") la Edad Media, siendo así que sólo fue verdaderamente significativo en los denominados "siglos oscuros" del Medievo (esto es, entre los siglos VIII-XI), cuando las sociedades cristianas se hallaban sometidas a un proceso de readaptación derivado de varios factores, entre los que podríamos citar: la irrupción violenta e imparable del Islam en el Mediterráneo; el ajuste a la nueva coyuntura política y socio-económica que llegó con las relaciones feudovasalláticas y el abandono de las viejas estructuras politicas que los reinos germánicos habían heredado del bajo Imperio Romano; la acomodación de las patrones mentales, que pasan del mundo antiguo, en el que todavía se movía la Europa bárbara, a la nueva era feudal (ya plenamente medieval), etc. A partir del siglo XI, como decía, Occidente comienza a levantar cabeza (y así hasta el momento presente), mientras que el Islam entra en el declive progresivo, pero imparable, del que no ha salido todavía. A nivel económico aún iba a tardar un poco en notarse los efectos de dicha crisis, pero desde el punto de vista político (con la disolución de los Califatos: el de Córdoba, el de Bagdad, etc.) y desde el punto de vista cultural (desde el siglo XI empiezan a surgir universidades por toda Europa) la caída es muy significativa (aunque vayan a existir epígonos destacables: como el Imperio turco, heredero de los antiguos califatos y reinos de raigambre árabe y norteafricana). En el caso hispano dicha crisis será todavía más destacable, merced al empuje que Fernando I da a la Reconquista y a la presión que ejerce sobre los diversos reinos de taifas que se constituyeron tras la caída del último califa en 1003. Es cierto, desde luego, que todavía al-Andalus habrá de aportar cosas importantes en el terreno del pensamiento (Averroes, Avempace, el judío Maimónides, son buenos ejemplos), pero en 1212, desde luego, ya había sonado la hora del relevo, de manera que tras la gran derrota del imperio almohade en las Navas de Tolosa, el futuro era para Fernando III y sus sucesores (en Castilla-León) y para Jaime I y los suyos (en Aragón-Cataluña). Por cierto, que la imposición del modelo feudal sobre las tierras de Andalucía se debe no sólo a la influencia de lo castellano, sino también a lo llegado desde Aragón y, cómo no, a las estructuras señoriales y feudovasalláticas que también se habían desarrollado en el seno de la propia sociedad islámica (que esto no suele decirse habitualmente). Por otra parte, la crisis en que Andalucía entra a partir del último cuarto del siglo XIII y, sobre todo, en pleno siglo XIV fue generalizada en toda la Península Ibérica, y no se iba a salir de ella hasta bien entrado el siglo XV, gracias a la habilidosa y eficaz política de los Reyes Católicos. Lo que ocurrió después es bien conocido. Y conviene destacar como hace de pasada el guión del cómic en una de sus viñetas que una de las regiones más beneficiadas de esta emergencia fue, precisamente, Andalucía, convertida durante toda la Edad Moderna en una especie de joya de la corona española (en detrimento de otras regiones, entre ellas Castilla-Leon). De modo que todos tenemos algo de lo que quejarnos y algo por lo que estar agradecidos.
En resumen: si algo me parece criticable en el mensaje de esta novel pero eficaz Pequeña historia de Andalucía es esa insistencia en la idealización de lo musulmán como elemento principal de la idiosicrasia andaluza, el considerar la conquista musulmana como el cénit de la trayectoria política y cultural de Andalucía, error que aún hoy día incluso con mayor intensidad se sigue explotando de manera inadecuada para obtener todo tipo de réditos políticos y numerosas prebendas de carácter pseudocultural.
Por ello y con la mirada puesta en los politiquillos manipuladores y en sus voceros culturales, más que en el modesto trabajo novel de Rafa Marín y Ángel Olivera (que no tenía otra pretensión que el de instruir divirtiendo), citaré, a modo de conclusión, las palabras de una magnífico historiador andaluz (así todo queda en casa) que ilustrarán, mejor que las mías, lo que quiero decir: «La búsqueda afanosa del hecho diferencial vició, desde sus comienzos, el nacimiento del regionalismo andaluz. Y de ahí la reivindicación romántica y ahistórica del pasado musulmán. Los andaluces de hoy, se nos dijo entonces y se ha vuelto a repetir recientemente, somos los descendientes del pueblo sometido y arrasado por los cristianos norteños que transformaron en latifundios los entrañables cultivos familiares o redujeron la civilización más refinada al analfabetismo más hiriente [
]. Andalucía es como es, y no como queremos imaginárnosla. Pues admitir que fue inicialmente una marca fronteriza de Castilla no, desde luego, una colonia como erróneamente se ha afirmado, nada tiene de degradante y, menos aún, de reaccionario. Reaccionario es, en cambio, la deformación de la historia y el falseamiento del pasado de un pueblo. Reaccionario es propugnar un regionalismo ahistórico y xenófobo, empeñado en rastrear evidencias de la resistencia andaluza frente al centralismo feudal o, llegándose, por este camino, a hablar, al referirse a las sublevaciones moriscas del siglo XVI, nada menos que de auténtico movimiento de liberación frente al imperialismo castellano» (Manuel González Jiménez, En torno a los orígenes de Andalucía, Sevilla, 1980, pp. 7-9).
SDEN.
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