Llegó el día D (porque era domingo), y la hora H (porque eran las ocho, después del partido del Cadi), y al son de las patatíbiris y los vasos de Cruzcampo fresquita más que del bombo y la caja, los detestives privados tuvieron su primer ensayo. Si el Fernando Alonso venía a quemá rueda a Jeré (que está en Cadi), Torre vio en seguida que en el ensayo lo que se le iba a quemá era la sangre a más de uno. Al Juancarlo el primero, que por mucho que tú te creas Napoleón no hay ná que hasé si en vez de un ejérsito de verdá lo que tienes a mano son los indios de los comboi de a pejeta (que traducido resulta, una mierda en leuros).
La primera en la frente, Visente. Aunque el Juancarlo se había tomado la molestia de enviarle a tol mundo las letras, y hasta a los más modernos por interné, con un casete arjunto con la música pa ir ganando tiempo, que la cosa empezaba a ir apurá, casi nadie se había aprendío los cupleses todavía. Vamos, que no habían hecho la tarea, como los niños chicos en el colegio. El único que se lo sabía to, Juancarlo aparte, era Jeromo el Darth Veide, pero con la voz aguardentosa y la cánula no servía pa dar el tono.
Totá, que el primer ensayo se les fue volando, y acabaron alegretes, chingaos y tan roncos como el Jeromo. Pero lo pasaron bien, aunque quienes tuvieron que trabajá al día siguiente (que grasia a Dio fueron pocos) notaron el resacaso y la macancoa. Torre ese lune no hizo ni futing por la playa.
Pero luego vino el coñaso, lo que el Juancarlo no sabía pero Torre sí, que ya había salío una vez en una ilegal, en tiempos de Pepito Fiestas, haciendo el carajote porque le tocó cargá con el bombo: que la rutina mata la ilusión, y no había día en que no faltara uno a los ensayos. O dos. O tres. O cuatro. Y el tiempo venga a corré, que ya en Canal Sur estaban dando hasta de madrugá la retransmisión del concurso, y que les iba a pillá el toro y allí nadie afinaba: las mujeres cantaban mu ligero, los hombres salían cada dos por tres a la casapuerta a fumar (en la peña El Wiki no dejaban, mira qué malaje), el de la caja se creía que estaba tocando el himno de la legión, y el del bombo decía que le dolían los riñone (y eso que era un armario ropero, el hijolagranputa) y daba menos campanás que el reloj de San José. Pero de choperpó bien que se ponía tibio, el nota.
Las marías se enfadaron con sus maríos porque no le quitaban el ojo a la Manoli, que era una fresca y se vestía mu fresca. La peña tuvo que imponer la ley seca y obligar a pagar por adelantao el presio de las consumiciones. Torre acabó en Supersol comprando la priva día sí y día también: joé, cómo bebía la gente. El Bizco se las cogía doblás, y curiosamente con la melopea se le ponían derechos los ojos y to.
La mitá de la gente se cargó los pitocaña en los ensayos, porque eran de plástico del malo (el de Juancarlo no, que le había costao una pasta en El Millonario). Tuvieron que dejarse de tonterías y aparcá el popurrí, que no les entraba ni pa Dios, y era más largo que un discurso de Fidel Castro (y no tenía puñetera grasia, según la Angelita, pero la Angelita era de esos que le disen derrotistas, como el Paco Rosado).
Y se siguieron mosqueando cada dos por tres. Que te he visto meterle mano. Que menos tonteo con la Manoli. Que no me gusta ná el rollito simpaticón que te trae tú con el Eusebio, Conchi. Po mis letras tienen má grasia. Que a vé cuándo nos aprendemos los cupleses, cohone.
Como era de esperar, los cien mil hijos de San Luis que eran el primer día de ensayo, a dos días del sábado de carnavá, se quedaron en cuadro. Pero eso le pasa a tol mundo, según parese.
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Categorías: Historias de Torre