No entraba Torre en comisería desde aquel incidente con el Rey Mago majara, el que hacía fotos porno y mataba luego a las tías en bolas, cuando lo trincaron en el Atlántico después del follón que liaron Angelito Fiestas y él en la cabalgata. Un mal rato a la sombra, pasó entonces, como los niños malos, esos a los que traen carbón esa misma noche. Pero desde entonces había aprendido la lección y se había portado como los niños buenos, o por lo menos había sido capaz de no meterse en líos que lo trajeran aquí, a este sitio frío que si no lo llenaba de malos recuerdos era porque su memoria tenía más agujeros que un queso mojoso. Igual que aquella vez, pasar de las oficinas de dos guardias aburridos a la celda fue más complicao que rellenar la declaración de Hacienda, que él ni la rellenaba ni na, porque no declaraba tampoco por no sé qué de las plusvalías. O sea, carné de identidad p acá, el policía que lo mira de arriba a abajo, como comprobando que el nota sonriente de la foto era él, si no se parecía, como no se parecía nadie, cojones, que ya tiene mandanga que te pongan la fotito en el carnet y al final no sepas si eres tú o es tu primo Paco, suponiendo que tengas un primo Paco, porque sale tol mundo más gordo, como en la tele dicen que sale la gente, con cara como de chino y la cara aplastá por los lados, y suerte tienes si el afoto es en color, porque todavía más miedo da verla en blanco y negro, que parece un recorte de esos donde los ojos son de uno y la nariz de otro y las gafas o el bigote están como pintaos con rotulador carioca, manda huevos. El policía que no le quitaba ojo, ni a él ni al carné, y la mujer policía, rubia, pechugona, karateka y seguro que tortillera ella, con más cara de mala leche que Belén esteban cuando se confesó psicópata delante de las cámaras de Telecinco, y a esto que va y le pregunta así con la boca torcía, como con asco, si él era abogao. Y no, claro, Torre abogao no era, que él era un señor y no se metía a revolver la vida de nadie, pero es que lo habían llamado a casa, sabusté, cuando estaba allí preparándose el desayuno y dispuesto a darse el paseíto de to las mañanas por la playa, y no era plan decir aluego voy, que parece que la cosa llevaba prisa.

Total, que después de tenerlo allí diez minutos esperando, entre la cola de gente despistá que no sabía que allí ya no se hacen los pasaportes ni los susodichos deneís, los dos polis consultaron con un sargento gordo que venía de tomarse un café, y eso Torre lo supo porque olía a descafeinado de máquina y porque tenía un lamparón aquí a la altura del pecho, que parecía que tenía dos placas, y el sargento gordo lo miró como si estuviera mirando al doctor Haus de la tele, con una mezcla de aprensión y otra chispita de asco, y dijo que si el detenido lo había llamado a él, pues allá el detenido con su derecho de llamada, pero que de todas formas no le quitaran ojo al interfecto, que lo recordaba de aquella vez de la cabalgata y el follón que liaron esa noche en el parador Atlántico.

Lo registraron luego, y eso que venía de visita ná más, con la guayabera que había comprado los otros días en lo de Benito del Moral, por darse un capricho sobre to, que manda cojones que al final resulta que cerraban la tienda y lo saldaban to, pero él bien que paganini había sido comprando la guayabera a su precio, pa que no fueran solo los concejales litris del pepé los que fardaran de típica prenda gaditana. O sea, más bolsillos que la sahariana de Rafael Alberti, pero todos vacíos, de qué, si no había de dónde, y un paquete de chicle sin azúcar, que se había enganchao desde que dejó el tabaco, y las llaves del portón de casa y de la casapuerta; los pantalocitos de tergal, la mar de monos, que se los habían regalado cuando cumplió los sesenta tacos, y unas cangrejeras blancas, que ahora se habían vuelto a poner de moda, y que se solía poner con calcetines, porque resobaban los pies cosa mala, aunque hoy venía sin los ejecutivos, que hacía calor, y además no le había dado tiempo a lavar los dos pares que tenía para estas cosas.

No encontraron na de mención: las llaves, que se las quedaron, y el paquete de chicle, no fuera a ser un explosivo plástico, ni que le vieran cara de MacGiver, y al final lo condujeron por un pasillito estrecho que Torre ya conocía, con celdas chiquetitas a derecha y a izquierda, dos de ellas vacías, una con un gitano que roncaba como si estuviera yendo a la fragua él solo, sin luna y sin ná, y otras dos por dos niñatos de la botellona que se habían partido la cara en el paseo Pery Junquera la noche antes por cosas de grifa o de música insoportable. Mañana sus papás pagarían la multa y serían tan amigos, hasta que se partieran otra vez el careto, entre sí mismos o con otra gente, juventud mojonera.

Currito Galiana estaba sentado en una celda que Torre no podría decir si era la misma celda donde él estuvo cuando lo del rey, primero porque se le parecía mucho, segundo porque estas celdas son todas iguales, que parece que las hacen en Ikea. Hecho una porquería, el Kid Levante, con aquella mella en la boca que daba asco verla, y el bigotón torcido y lleno de canas donde se mezclaban los pelos de la nariz con los del mostacho propiamente dicho, y la nariz así rota y mal remendá, como si fuera el pico de un águila, y una camisa de flores que ya era antigua cuando Paco Rabal las puso de moda, con más arrugas que el pescuezo de Carmen Sevilla. Tenía los ojos coloraos, pero coloraos de verdad, como si hubiera estado llorando o fuera alérgico a algo, la vida misma, y dos entradas aquí en la parte de los cuernos que intentaba compensar dejándose los caracolillos por atrás, hasta los hombros.

Fue verlo y echársele a los brazos, pa llenarle la cara de babas con dos besos que le estampó en las mejillas, y luego en las manos, que Torre se acordó de aquel cuadro que tenían en la agencia de viajes, el rey moro de Granada haciéndole la pelota a los Reyes Catódicos, muac, muac, ha hecho sin querer, te pido mil perdonas, to pa dentro, como si la casa fuera tuya, este tipo de cosas. Torre se quedó cortao, porque aparte de saber quién era no tenía ni idea de que este fulano fuera otra cosa sino el mamón que le había dado una hostia que le borró el pasado, pero aquí estaba, llorando como una madalena, hipando, intentando decirle mil cosas y sin ser capaz de dejar clara ninguna. A Torre le entraron ganas, durante diez segundos nada más, menos mal, de darle una hostia bien dá pa que se estuviera callao, quieto, o las dos cosas, porque si ya lo ponía nervioso verse aquí enchiquerao en la comisería, tener a un nota que no conocía de ná dándole la brasa con que lo sentía mucho, con no sabes tú las veces que he querido ir a darte este abrazo, con que le había dado tanto achare acercarse a él cuando las cosas le iban mal y más le daba corte ahora que a quien le iban las cosas mal era a él mismo, a Currito Galiana, a Kid Levante, o sea, a este mierda, lo que le faltaba ya, Torre de mi alma, acusao de asesinato, él, fíjate, que era incapaz de matar a una mosca, y menos a ella, a la Rosa, que por lo visto era como se llamaba la china que vendía rosas, Rosa, que parecía un trabalenguas como el perro de San Roque aquel, si no eran capaces de pronunciar la erre, como Valentín el gangoso, que escucharlo era una risa , pero nada, así se llamaba la china que en paz descansara, Rosa, no Luisa, ni Lucía, ni Eulalia. Rosa con erre, con dos cojones, o con dos ovarios, quién dijo miedo, el mundo es nuestro, que ya lo decía Mao y de aquí a treinta años de la Caleta iban a sacar rollitos imperiales en vez de lisas mojoneras, tiempo al tiempo.

Le olían los pies, a Kid Levante, y cantaba a sudor cosita mala, pero Torre comprendió que no estaba el hombre en situación de bañarse en Dior, y seguro que no olía peor que el sargento de la mancha de café en la pechera. Se sentó, se llevó las manos a la cabeza, empezó a lloriquear otra vez y esta vez a Torre le entraron ya ganas de darle un cosqui bien dao, a ver si se calmaba, o hacerle la cuenta de protección, a ver si saltaba el reflejo condicionao y se centraba, como en los tiempos del boxeo, pero él mismo se secó las lágrimas, se limpió las dos velas de moco y carraspeó, echó un lapo en el klínex, tiró el klínex al suelo, y le dijo otra vez que lo sentía mucho, que era una pena que tuvieran que volver a verse en esta situación, allí sentados los dos en vez de en el Mikai o en la Albariza tomándose un vinito de Chiclana, pero es que no sabía a quién más llamar, Torre, que estaba solo en la vida, más solo que la una, ni que Torre fuera Alberto Closas el de la familia numerosa, que solo la tenía a ella y ella estaba muerta, y encima lo acusaban de haberla matao, cómo iba a ser eso, home, con lo que él la quería, si era la luz de su vida, la flor de sus ojos, o alguna cursilería por el estilo. Mi rosa, dijo, mi rosa, que parecía la niña de Mecano cantando una de sus horteradas, y Torre le dijo que vale, que bueno, pero que podría haber llamado mejón a un abogado, y el Kid Levante dijo que de qué, si no tenía pa pagarle, que ya le pondrían uno de oficio, o sea, la carta perdedora, pero que él era inocente, que no había matado a la china, o sea, a mi Rosa, la Rosa del Kid Levante, quiero decir, y que sabía que Torre era de fiar, que era buena gente, que había leído algunas de sus cosas en el Diario, y que él podría comprenderlo, verdá, picha, que no, que no había matado a la china, que tenía que ser una equivocación, un error, una trampa, que seguro que si pudiera salir y escarbar y tirarle de la lengua a los vecinos, o a los primos de la china del restaurante, o a los del todo a cien que no era a cien, sino a un euro, o sea, un multiprecios, como si no fuera un multiprecios también el Corte Inglés, seguro que era capaz de demostrar que era inocente, que él en la vida, cómo va a ser, con lo que yo quiero a mi Rosa, ay, mi Rosa, mi Rosa, otra vez la cantinela.

Y Torre que procuraba no perder la calma, entre molesto y conmovido por el babeo del otro. Parecía sincero, desde luego: uno no tiene reservas pa llorar de esa manera ni pa romper la voz tan de seguido, que si no ya estaría trabajando en el cine con Almodóvar, así que esperó a que se volviera a sonar los mocos y le explicara que se la había encontrado muerta en el piso, tirá en el suelo, pobrecita, con un golpe en la cabeza que la había dejado en el sitio, mi Rosa, ay, mi Rosa, y que el mundo se le había caído encima dos veces seguidas, Torre de mi alma, la primera cuando la vio allí pajarito, tan chiquitita, tan bonita, tan poquita cosa, que parecía una Virgen María china, sólo que en vez de tener corona alrededor de la cabeza lo que tenía era una mancha de sangre que era roja, no amarilla, no te vayas tú a creer esas tonterías, y la segunda cuando apareció la policía y le puso las esposas del tirón, cómo te queda, del tirón, sin tomarle declaración ni ná, porque es lo que está de moda, la violencia de género, o sea, pegarle a tu mujer, o a tu compañera, o torturarla, o matarla, y él ya tenía antecedentes por eso mismo, ¿sabes, Torre? Pero no con mi Rosa, no, con mi Rosa nunca.


(CONTINUARÁ, o lo mismo no)

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Comentarios

1
De: CorsarioHierro Fecha: 2010-08-03 20:28

Pena de crisis. Igual hubiera caído una serie de Torre en el canal autonómico. Aunque igual si hay compadreo como en todas partes.



2
De: ClásicosPesados Fecha: 2010-08-03 21:20

Rafael, al parecer Manual Caldas tira la toalla con la edición de Príncipe Valiente. ¿Puedes confirmarlo?



3
De: RM Fecha: 2010-08-03 21:28

Todavía hay esperanza.



4
De: RM Fecha: 2010-08-03 21:29

Me temo que mis contactos no llegan a que se haga una serie de Torre. Ajolá. Y mira que quedaría chula, en el marco incomparable de la tasita de plata.