Nació como respuesta al gran éxito del cómic policial de la competencia, Dick Tracy, de Chester Gould. Tuvo como primeros padres (imposible saber, a estas alturas, quién fue realmente el creador; posiblemente los capitostes del King Features Syndicate, que no daba puntada sin hilo y siempre toqueteaba aquí y allá las propuestas de los creadores para que los derechos quedaran en su poder, maniobra común a los syndicates de aquella época) al célebre escritor de historias hard boiled Dashiell Hammett, y el joven talento Alexander Gillespie Raymond. El novelista abandonó pronto sus labores creativas en la serie, si en efecto puso su talento y no solo su nombre en la empresa, y Raymond, que tenía que simultanear las tiras diarias de X-9 Secret Agent con sus planchas dominicales de Flash Gordon y Jungle Jim, aguantó poco más en el título antes de centrarse en sus otros dos personajes.

Los guiones pasaron por la imaginación del ínclito y misterioso Don Moore, de quien tan poco sabemos (quizá fuera, en realidad, solo un redactor de plantilla y no un guionista stricto sensu), y luego por la de Leslie Charteris (el creador de El Santo), mientras un puñado de dibujantes sustituía a Raymond: Charles Flanders (que dibujaría The Lone Ranger), Nicholas Afonsky (de Little Annie Ronnie y Ming Foo), y un viejo conocido de los seguidores de Flash Gordon y Jungle Jim: Austin Briggs, que duró en la serie hasta que se encargó de las tiras diarias del héroe del espacio y poco más tarde de las dominicales en color, tras la marcha voluntaria de Alex Raymond al cuerpo de marines en la Segunda Guerra Mundial.

Entre 1940 y 1960 la serie estuvo a cargo del competente y delicioso Mel Graff, que fue el primero que humanizó al personaje, dándole por fin un nombre y un apellido que sustituyeron a aquel lejano Dexter con el que brevemente identificó (falsamente) en los tiempos de Alex Raymond. Graff, con su estética del claroscuro, bautiza a X-9 como Phil Corrigan, y es capaz de mezclar las historias policiales con el romance: un atribulado agente secreto que se debate entre dos amores, Linda y Wilda, y que mantiene en jaque a los lectores. Phil al final se decide por Wilda, se casa con ella en 1950 y hasta tienen una hija, Philda, dos años más tarde. Una más que interesante etapa que extrañamente no ha sido recuperada para los lectores contemporáneos.

Como no menos interesantes son los seis años (1960-1966) en que Bob Lubbers, bajo el nom de plume de Bob Lewis, pues con su nombre real simultaneaba otras series para otro syndicate, dotó al título de un tono elegante, bello y muy sexy, influencia sin duda del bondismo imperante. Las primeras tiras de este volumen, aunque quizá no sean suyas, siguen su estética.

En 1966, y durante otros diez años, el tándem formado por Al Williamson y Archie Goodwin reencauza de nuevo las aventuras de X-9, que solo es llamado así en la primera de las aventuras, para pasar a ser identificado únicamente como Corrigan, agente secreto. Estamos ya en la segunda mitad de la década prodigiosa, y ha llovido mucho en el mundo de las ficciones y los cómics en general. La influencia de James Bond lo permea todo, y aunque estas historias tratan de eludir los gadgets y la parafernalia propia del agente 007 (y de ahí viene, quizás, el eludir la sigla X-9 del protagonista) es inevitable que haya situaciones de paralelismo y que se acabe por incidir en las temáticas bondianas.

El estilo de Williamson recuerda al de Raymond, no en vano se le considera su principal heredero. Más al Raymond de Flash Gordon o Rip Kirby, ciertamente, que al de X-9, en especial en la forma de encarar la narración, con abundante documentación fotográfica donde los personajes están interpretados por amigos, ayudantes, la madre del propio Williamson (la recurrente señora Murkley), o el propio Archie Goodwin. Tras los muchos rostros que se alternan para encarnar al agente secreto, que tiene al principio rasgos que recuerdan a aquel lejano Dexter de los años treinta raymondianos, en ocasiones apuntan a Sean Connery y, con el paso de los años y el pelo más largo, acabarán por ser los del propio Al Williamson

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